por Henrique Júdice Magalhães
Hace pocas semanas fue invitado al programa La otra.-radio el escritor y sociólogo Iván Silvero Salgueiro. El audio del programa fue luego subido al blog, en esta entrada. Allí Iván habló de cómo derrocaron a Fernando Lugo en Paraguay mediante un golpe parlamentario que fue el ensayo del que años después se aplicó en Brasil. Ahora Paraguay tiene como presidente a "Marito" Abdo Benítez, hijo de un militar stronista, con un discurso de derecha rancia, al que Iván caracteriza como un borrador de Bolsonaro. Silvero Salgueiro nos aconseja prestar atención a lo que sucede en Paraguay porque suele anticipar las políticas que el imperialismo después aplica en otros países de nuestra región
El programa me gustó, incluso por las aclaraciones que hizo respecto de Paraguay. Y sí, el juicio político a Dilma Roussef fue calco y copia del de Lugo: en eso Paraguay fue realmente un campo de pruebas. Discrepo del entrevistado, sin embargo, cuando él extiende esa apreciación al ascenso de Bolsonaro. Abdo Benítez sí tiene la retórica policíaca que vuelve a estar de moda entre la derecha latinoamericana. Pero hay un dato no menor que distingue al presidente de Paraguay de quien los brasileños empezamos ahora a padecer: Abdo Benítez fue electo por el partido que en Paraguay se confunde con el sistema, mientras Bolsonaro fue elegido con su retórica anti-sistema y desde una posición marginal en el mismo. El bolsonarismo no es solo apología y práctica de la brutalidad, sino que intenta presentarse como respuesta a -en verdad, profundización de- la falencia del sistema político-institucional brasileño. Por eso trajo la liquidación del ala derecha de la partidocracia tradicional (PSDB).
La institucionalidad brasileña está podrida como la argentina lo estaba en 2001, con algunas diferencias que favorecen a los argentinos y no a los brasileños. Como ejemplos: una amplia franja de los brasileños ve a las FFAA como salvación; el Poder Judicial brasileño, tan o más corrompido que el argentino de entonces y de ahora, mantiene entre la población brasileña cierta imagen de prestigio. Los partidos y el parlamento son los componentes más desprestigiados.
El macrismo y la derecha justicialista podrán, ante las duras condiciones objetivas que crearon y no saben como sortear, recurrir al ejemplo electoralmente exitoso de Bolsonaro y apelar a las pulsiones sociales más odiosas para sacar réditos electorales. Sin embargo, no creo que por ahora puedan gobernar en base a eso, ya que en Argentina (y creo que también en Paraguay), hay un pueblo, una oposición política y social e incluso una institucionalidad que todavía imponen limites (el freno al 2 x 1 que intentó la Corte argentina, el procesamiento de Chocobar), aunque esa misma institucionalidad tienda a brutalizarse en medio al clima general.
Agrego una apreciación muy personal: la fuerza que tiene el bolsonarismo como fenómeno social y político de una ultraderecha todavía más lumpen que sus homólogas europeas y argentina es la contracara de la debilidad que tuvieron los gobiernos del PT como experimentos políticos de “izquierda”. La raíz de una y otra cosa es una característica única del proceso político brasileño. Más allá de la distinción que pueda hacerse entre los gobiernos sudamericanos de la última década, de centroizquierda o populares, si se prefiere, entre los más “duros” (Chávez, Cristina, Evo) y los “blandos” (el PT en Brasil, el PS chileno, el FA uruguayo), Brasil fue y es el único país donde la fuerza política presuntamente popular y transformadora (el PT) asume la defensa a ultranza de los pactos oligárquicos en que se basó la actividad política desde décadas anteriores. Chávez ascendió como sepulturero del Pacto de Punto Fijo; Néstor Kirchner, si bien formó parte del Pacto de Olivos, llegó al poder sobre sus ruinas y produjo deliberadamente la superación de ese pacto, reconfiguración del tablero político mediante.
En Brasil, en 2002, las estructuras políticas y económicas permitieron que el PT llegue al gobierno como última carta para evitar un colapso como el que se veía en Argentina y Venezuela. Y el PT, que un día pudo, pero no quiso, ser la fuerza superadora de la institucionalidad oligárquica heredada, pasó – sobre todo desde 2013– a confundirla en su discurso con la democracia misma. Para empeorar la situación, desde el início del Lava Jato, la izquierda parlamentaria y sindical no petista también adhirió a ese relato. Sería como si en la Argentina de 2001 toda la izquierda marxista se hubiera pegado al destino del Frepaso o hubiera salido a defender instituciones como la Corte Suprema argentina de entonces. Por eso, cuando el lumpenaje pequeño-burgués que se articula alrededor de Bolsonaro se presenta como anti-sistema, no hay lamentablemente quien se le plante desde la otra vereda.
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