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martes, 18 de diciembre de 2018

Lucrecia Martel (el confundido era yo)


En junio de 2018 el portal Gatopardo publicó una entrevista a Lucrecia Martel, ¿la conocen? Una de las más grandes artistas argentinas. La entrevista la hizo Mónica Yemayel, quien extractó algunas frases que Lucrecia soltó al pasar en sus conversaciones. El resultado es una pequeña autobiografía de una belleza inmensa, que da una idea cabal de quién es Lucrecia.

“Soy ama de casa.
Y hago algunas películas.
No soy cinéfila. No sé nada de cine.
Nací en 1966, a mil quinientos kilómetros de Buenos Aires.
En Salta, noroeste argentino.
A los 19 años me fui.
Empecé a hacer cine por confusión.
Observando a mi alrededor.
Todo estaba ahí. En mi familia.
No creerme una celebridad es fácil.
El mundo que me importa está en Salta.
Y en Salta no me dan bola.
Para mi familia es lo mismo hacer cine que criar chanchos.
Creo que Zama sí les gustó.
Tuve cáncer. Algunos me decían: ‘¡Fue por Zama!’.
Por el esfuerzo extremo.
¡Pero si yo estaba feliz! Estaba filmando de nuevo.
En ese estado terminé la película. Así llegué al final.
Pienso volver a Salta. Construir mi casa en el monte.
La vejez tiene bastante de periferia, ¿no?
Y yo quiero aprovecharme de eso.”
[La nota completa acá]

POSTDATA DE LA OTRA: Conocí a Lucrecia cuando llegó a Buenos Aires a estudiar en el CERC. Y realmente trasmitía confusión, ni yo ni nadie esperaba que fuera a ser una de las más grandes artistas argentinas. Su dulce tono salteño era el rasgo que más llamaba mi atención. 

A principio de los 90 los estudiantes de cine estábamos en conflicto con las autoridades del CERC porque el menemismo había cortado el presupuesto de la escuela y no podíamos hacer los cortometrajes que estaban previstos en el plan de estudios. En una asamblea y sin abandonar su tono dulce, Lucrecia pidió la palabra y propuso ocupar la escuela y tomar de rehén a su director, Humberto Ríos. Algunos nos miramos desconcertados, por el contraste entre la radicalidad de su propuesta y la dulzura de su tono. 

Me había gustado Besos rojos, un ejercicio para la escuela grabado en UMatic, si la memoria no me engaña. Me gustó su corto Rey muerto (1995), incluido en Historias Breves 1. Y pará de contar.

Seis años después estrenó La ciénaga con una notable recepción crítica. Supe que era de Lucrecia, la chica salteña, pero soy un poco distraído y otro poco desconfiado de los consensos instantáneos. Así que ni fui a verla. Un par de años después me la cruzo en el hall del Hoyts, nos saludamos. Lucrecia ya tenía un inmenso prestigio en el mundo. Pero yo me había quedado con la imagen de la chica confundida que conocía desde hace años, así que como al pasar le comenté que todavía no había visto La ciénaga y le pregunté absurdamente: "¿todavía está en cartel?". El confundido era yo. "No, hace rato que no está en cartel". "Uy, claro". 

Meses después repusieron La ciénaga durante unos días en la Sala Tita Merello. Ahí fui a verla. Recién entonces me avivé de que esa chica que conocía desde que empezó a hacer cine por confusión era una artista descomunal y que esa película torció el rumbo del cine argentino.

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