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lunes, 15 de julio de 2019

Un rubio

Marco Berger habla de su nueva película en La otra.-radio: se puede escuchar clickeando acá 


Juan y Gabriel son dos jóvenes trabajadores de un aserradero del conurbano ya entrados en sus treinta y pico que, a causa de su estrechez económica, tienen que compartir el departamento del primero de ellos. La estrechez es también espacial. Gabriel y Juan trabajan juntos, viajan cada día (muy) juntos en el tren y conviven en el depto chiquito. Esta determinación material aproxima sus cuerpos: los encima. La cercanía los excita, sin que ninguno de ambos pueda dar cuenta abiertamente de ese deseo. El contexto socioeconómico -trabajo, vivienda y amigos- incita y a la vez inhibe la manifestación de su sexualidad. El tiempo de las diversidades no parece haber llegado hasta ellos.


Gabriel, el rubio, entra a orbitar en el universo de Juan, con el grupo de amigos que se amontona en un sillón a mirar la tele, tomar birra y hablar de minas durante tardes enteras. Un universo machirulo donde entre conversaciones banales se filtran frases machistas que el rubio escucha tenso. Los amigos de Juan lo llaman "el mudo" y en esa nominación se agazapa la imposibilidad de decir su deseo. Juan exhala un magnetismo erótico constante y sostiene una hiperactividad sexual con chicas con las que no parece querer asumir ningún compromiso afectivo. El mismo desenfado lo induce a buscar los roces corporales que excitan y asustan a Gabriel y para el resto del grupo pasan desapercibidos. Juan encuentra cierto goce en caminar por ese borde, aunque él tampoco pueda proyectar hacia los demás este deseo fuera de norma. Se permite hacerlo cuando se queda solo con Juan. Uno más desfachatado y el otro introvertido, ninguno de los dos, sin embargo, puede abrir sus pulsiones hacia el mundo que los rodea. Llegará el momento en que Eros se vuelva incontenible, pero las circunstancias sociales lo hará permanecer en una clandestinidad. La pulsión es erótica pero el obstáculo es político. 


Un rubio es el sexto largometraje de un autor como Marco Berger, que apareció desde su ópera prima, Plan B, con una determinación estética muy firme, en la que la perspectiva y la duración de cada plano siempre estuvieron dictados por una necesidad de la mirada y no por ningún cálculo. Berger desvela su mirada al hacer sus películas: esto es un autor, no alguien que imposta voluntariamente un estilo. Hay directores que tantean al filmar, van constituyéndose como cineastas a lo largo de varias películas y solo a posteriori es posible descubrir el lazo que liga su obra. Otros que quieren construir efectos estilísticos a partir de un repertorio de planos aprendidos de otros. Berger forma parte de otro grupo, el que encuentra su perspectiva del mundo en el plano inicial de su primera película y desde ahí todo lo que hace responde a ese rigor. 


Un rubio es, junto a Hawaii, una de sus mejores películas y, al mismo tiempo, entraña una novedad en su cine. Hasta ahora él se había movido con gracia en el romance homosexual entre jóvenes que exploran una faceta escondida de su deseo en un período de adolescencia tardía. Treintañeros que todavía no se conocen a sí mismos, construyen una identidad social que de pronto tambalea ante un encuentro fortuito con otro del que empiezan a enamorarse sin querer. Podría ser la sinopsis de la mayoría de sus películas. Pero en Un rubio trasciende cierta abstracción pequeñoburguesa que antes permitía demorar la definición existencial de sus personajes. En Un rubio el ambiente proletario hace aflorar la colisión entre eros y mundo. Por primera vez el relato no culmina en el beso inicial, sino que recorre una historia completa, con una frontalidad sexual inédita y una resolución que no escribiré. Berger se mantiene fiel a la erotización de su puesta en escena, pero acá son los límites políticos y económicos los que imponen el ritmo cauto de la narración, los colores cenicientos, los planos cerrados, la aridez de unos pocos paisajes abiertos. 


El trabajo de los actores es particularmente notable, en especial la frágil tensión en la que vive Gabriel (Gastón Re) que impregna la tonalidad melancólica del film. Gabriel y Juan (Alfonso Barón, magnético y un tanto odioso) van a encarar de manera diferente el dilema de cómo asumir sus deseos y a mutar su posición inicial al cabo de la historia. En esta diferencia el cineasta se permite plantear una interrogación ética y política: ¿cómo vivir a la altura del deseo en un mundo que continuamente lo obstruye?

En La otra.-radio de anoche conversamos con Marco Berger y en la charla se revelan aspectos de la realización y las decisiones artísticas que definen Un rubio y la singularizan en su filmografía. También disfrutamos de las hermosas canciones que Pedro Irusta compuso para la película. Todo esto lo pueden escuchar clickeando acá.

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