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martes, 17 de noviembre de 2020

De los papeles de uno que aún está vivo


NOTA DEL EDITOR: Cuando hace once días murió en París Pino Solanas, me resistí a la tentación de hacer una necrológica protocolar como las que se acostumbran en estos casos. Lo decisivo que tenía que decir sobre Solanas lo había escrito un día después de la última vez que lo tuve a unos metros, cuando él fue a presentar la versión completa de La hora de los hornos en la Lugones, con motivo de los 50 años de su realización. No tuve que esperar que se muriera para decir lo que hoy sigo considerando su aporte esencial. Quedó escrito en este blog con el título La hora de los hornos, todavía y salió publicado el 10 de junio de 2018 acá. Incluso su solo título podría ser un digno saludo. Así que solo volví a compartir en Facebook y en Twitter el link de aquella nota. Creo que es mejor así: hablar bien de los muertos después de haberlos silenciado mientras los teníamos cerca es una de las formas más irritantes de la hipocresía. Pero después leí dos muy buenas notas de Nicolás Prividera y Roger Koza en el blog Con los ojos abiertos: "Los hijos de Solanas" y "El cronista de una nación agitada". Estas notas me estimularon a dejar sendos comentarios en aquel blog, que ahora copio acá para epilogar la serie:

I - El dispositivo de exhibición de La hora de los hornos, con proyecciones en fábricas e incluso en clandestinidad, con continuas apelaciones a que la película sea parte de un acontecimiento abierto y pausas para la discusión, pensaban el cine de una manera que excedía los lugares comunes del montaje prohibido y la verdad a 24 cuadros por segundo. Apelaba a otros participantes que no fueran espectadores. Las redes sociales son todo lo contrario de este tipo de apelaciones. En las películas siguientes Solanas abandonó esa búsqueda. En Los hijos de Fierro queda una textura visual pero ya no la idea del film acto. Su forma narrativa retrocede hacia la alegoría que cruza el Martín Fierro con la resistencia peronista, que plantea problemas de cómo procesar las incomparables condiciones históricas: Perón no era Fierro y las facciones del movimiento no eran sus hijos. De modo que de esas premisas solo podría salir un resultado fallido, a pesar de la atracción de la imagen lograda por Desanzo. Los hijos de Fierro es un repliegue hacia las formas narrativas tradicionales y políticamente un error. Se podrá evaluar mejor o peor las películas posteriores, pero el alegorismo que va a inundar en su período 80/90 empieza con Los hijos de Fierro. Así que no comparto la devoción hacia esa película. El resto puede ser mejor o peor en términos estéticos (hay un período para mí fatídico entre El viaje y La nube). El último período documental, loable desde su decisión por registrar lo que a ningún cineasta joven se le ocurrió filmar, la extraordinaria turbulencia que la historia le estaba ofreciendo al cine, adopta formas de enunciación que acotan su potencia política. Lo cierto es que nadie nunca más retomó la anomalía de La hora de los hornos. No pretendo que a partir de ahí el cine tenga que hacerse todo como esa película. El escándalo (para usar una palabra que Pino usaba) es que NINGUNA película posterior recogiera el guante y que ni siquiera en el campo de la crítica cinematográfica se retomara su alteración de la praxis cinematográfica. En los 90 todos volvieron a Antín, algunos con poca suerte se intentaron apropiar de Santiago pero NADIE siquiera repensó La hora de los hornos.

NOTA DEL EDITOR: Además ambas notas hacen referencia al discurso que Solanas pronunció en el Senado pocas semanas después de la proyección de La hora de los hornos cuando se debatía el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que aquella noche el senado rechazó y esperemos que se apruebe antes de la terminación de este período parlamentario. Ese discurso pasó a ser una huella imborrable del paso de Pino por nuestra historia, así que vale agregarlo.

II - El arco vital que va desde La hora de los hornos hasta el discurso en el senado de 2018 solo puede merecernos nuestro agradecimiento, respeto y admiración. Vivió en un tiempo difícil y en un país difícil; se da el caso que también es nuestro tiempo y nuestro país. Él estuvo a la altura de las circunstancias. Después, las diversas valoraciones que nos merezcan sus períodos están dentro de los límites epistemológicos de la crítica. Creo que no caben dudas de que la estatura de La hora de los hornos es descomunal. Y si no da para que la consideremos un monumento es porque todavía nos llama. El corazón de esta película es la tarea inacabada de la liberación, con la que venimos existiendo desde que existimos. Está tan inacabada ahora como hace 50 años. Creo que para los que nos importa el cine también la película invita a la tarea de un cine inacabado. Los motivos por los que esas tareas se quieren no solo dejar atrás sino borrar de la memoria ya no son problema de Pino Solanas. Con eso tenemos que lidiar los que todavía estamos vivos. Y hay que ver si vamos a estar a la altura de las circunstancias. No es que no deja herederos, es que nadie quiere agarrar esa papa caliente. Otros grandes cineastas dejaron un legado con el que parece más fácil lidiar. Pero mientras haya opresión nadie puede dejar atrás nada. Lo que no cabe alegar es que ya no es la época: nunca fue la época y siempre lo será.

NOTA FINAL: La tarea inacabada y el cine inacabado connlevan un riesgo potencial: lo que está en vías de realización, puede terminar también irrealizándose, lo que no es una simple inconclusión, sino un auténtico volverse irrealEntonces ya no se trata de despedir a Solanas sino de pensar en el peligro de los que todavía estamos vivos.

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