domingo, 7 de mayo de 2023

Sombra terrible de Tango Feroz ¡vengo a evocarte!

Parodia bohemia


I
"Fito es un dilema, es un problema para sí mismo, un problema para todos, como lo es Charly García, como lo fue Spinetta. Fito ha hecho grandes canciones, es un gran lector, ha hecho una novela que no fue bien considerada incluso por mí. La leí, me gustó y hablé poco de ella. Creo que es una injusticia, porque es una novela que se basa en la idea de los grandes desterrados, como es él. Y es una novela muy bien escrita, del gran escritor que es. Y después es el autor de dos o tres películas muy interesantes que han pasado un poco inadvertidas. Fito es uno de los artistas que tuvo su pico de gloria con canciones populares de gran receptividad, que está en la industria cultural argentina, está en la industria discográfica, se ve obligado a negociar con los grandes poderes discográficos. No perdió su lengua, no perdió su poética. Creo que con Fito hay que repensarse y lo debemos repensar a Fito. Es Rodolfo Páez y al mismo tiempo no es una marca de la industria cultural. Es un hombre barrial, de un barrio de Rosario traladado al mundo de las artes. Es un hombre que del rock nacional pegó su salto y aún lo está pegando. Debemos esperar de Fito grandes obras". [Horacio González sobre Fito Páez en La otra.-radio, 18 de junio de 2014, para escuchar acá]


II
 
La experiencia de seguir una serie a través de una plataforma como Netflix inaugura una socialidad radicalmente distinta de la que ha propiciado el cine. En la gran sala oscura que marcó el siglo xx el encuentro corporal y a la vez silencioso admitía algunos momentos de interacción colectiva en los que los espectadores abandonábamos nuestro estado hipnótico y sacro: la carcajada contagiosa, el aullido terrorífico, el aplauso final. Netflix se consume en casa, mayormente en el dormitorio, a solas o en pareja. A diferencia del extraño pasaje del fin de la película en la sala, cuando las luces se encienden de a poco y uno recupera gradualmente el estado de vigilia al salir a la calle, la serie de Netflix culmina cada capítulo con un enganche automático al siguiente, que la plataforma resuelve en cuestión de segundos si uno no tiene los reflejos rápidos como para clickear sobre la opción "ver créditos". La "maratón" culmina cuando uno asiste durante horas a una temporada completa o, si el cuerpo no resiste, cuando el sueño nos gana. El final de la serie no se parece en nada al "salir del cine". Más frecuentemente conduce al apagar la tele, apoyar la cabeza en la almohada y ponerse a dormir. 


Pero Netflix tiene una salida hacia lo semi-público, si bien mediada por el sueño. Uno postea en Facebook. "Este finde hicimos maratón de la cuarta temporada de Succession. Tremenda, mejor que la tercera". O "a partir del tercer capítulo se puso buenísima, al principio me costó". Seguido de comentarios: "¿vos viste lo que es eso?". En el caso de El amor después del amor, la miniserie de, por y en homenaje a Fito Páez, el comentario llamativamente repetido por todas partes es "no pude parar de llorar, desde que empezó hasta el final". El público que pone a la serie en el primer lugar del ranking entre los productos de "habla hispana" (el televidente de Netflix es de "habla hispana") ha derramado caudales, torrentes, cataratas de lágrimas si los comentarios en Facebook no mienten. Hay una comunión etaria entre la plataforma y la red: el promedio del usuario es en ambos casos de alrededor de 40 años. No es el público de TikTok, incluso había quedado afuera del contacto de Instagram. Netflix y Facebook son plataformas adultas, aunque a veces sus consumos tengan un sesgo de infantilización tardía. Muchos de los conmovidos por el autohomenaje de Páez parecen haber descubierto la importancia del músico con la serie antes que con sus primeros, extraordinarios discos de la década del 80. En 2023 son muchos los usuarios de Netflix que descubren que crecieron con las canciones de Fito, más probablemente con "Yo vengo a ofrecer mi corazón" o "Dale alegría a mi corázón (es lo único que te pido al menos hoy)" que con "Tres agujas", "Viejo mundo", "Polaroid de locura ordinaria" o "Desierto". "No todo el mundo tiene primaveras" cantado en el 85 significaba algo que el fan tardío de Páez no puede captar. Por eso, la respuesta más insistente a la serie es el llanto a raudales: es imposible que alguien que en los 80 escuchara "Giros", "El chico de la tapa", "Cuervos en Casa Rosada" o "Talismán" se pusiera a llorar como hacen los usuarios de Netflix. O como dicen que hacen. El público de un show de Fito a finales de los 80 no salía llorando. Entonces, para comprender qué diferencia la serie de aquellos discos hay que pensar mucho en este llanto, en el posteo reiterado del llanto.


III

Si los oyentes contemporáneos de la salida de aquellos discos no lloraban como los usuarios contemporáneos de la serie, ¿qué pasa con la música en la serie? Fito ha insistido hasta el hartazgo a través de los años sobre la importancia que en su vida tuvo la música de Charly y Spinetta. Y, un poco menos pero ahí, mencionaba al coterráneo Litto Nebbia. En muchas entrevistas Fito ha declarado la presencia en sus años de formación de la pareja formada por el filósofo Horacio González y la filósofa y cantante Liliana Herrero. Nebbia, González y Herrero no aparecen en la serie. En cambio, Charly y Spinetta juegan roles destacados, aunque no tanto como Fabiana Cantilo y Cecilia Roth. Porque la serie se centra fundamentalmente en los romances del cantante con ellas dos: el amor después del amor. El climax de la serie, la escena inicial que se retoma al final del último episodio, es el concierto triunfal de presentación del disco El amor después del amor. Así la narración describe una parábola de ascenso triunfal que exorciza todos los momentos tristes que tanto hacen llorar a los usuarios de Netflix. Pero, una vez más, si la muerte temprana de su madre, luego del padre y el asesinato de las tías abuelas construyen un personaje "golpeado por la vida" que al final llega al éxtasis compensatorio con el estadio repleto, flanqueado por sus dos chicas (Cecilia lo besa en la boca antes de que él salga a escena, donde lo espera Fabi que ahora es corista de su banda), el llanto de tristeza por tanta muerte prematura se trastoca en llanto de alegría por la consagración del chico pobre de allá del interior. ¿Qué pasa con las canciones?

[Qué contratiempo que justo en la semana en que me emocioné viendo Canción sobre canción, ese hermoso momento de intimidad de González y Herrero, Páez devaluara su figura con este engendro de Netflix . Me pregunto: ¿no podía abstenerse Páez de atentar tan severamente contra su propia obra?]


Lo notorio es que la serie no puede lidiar con la música de Fito, mucho menos con la de Charly y Spinetta. No se trata de fidelidad presunta a los hechos históricos ni tampoco de la intensidad emotiva de las memorias privadas, suyas o generacionales. La serie es un artefacto de la industria cultural cuyo consumo se promueve compulsivamente para participar de la conversación pública. Si estas semanas querés interactuar en Facebook, más que la posible candidatura de Cristina, tenés que hablar de la serie de Netflix. Y decir que lloraste sin parar durante horas. Pero tratándose de la autobiografía de un músico producida por el propio músico, lo llamativo es que carezca de concepto acerca de cómo una narración audiovisual puede lidiar con la música. La serie cae en la peor banalización, convirtiendo al autor de esa gran música popular en el más trivial intérprete de la literalidad de lo que en la canción era sugestivo y audaz y en la serie se vuelve idiota: la bola brillante que inspira "Brillante sobre el mic" o la pelea conyugal que desemboca en "Un vestido y un amor" muestran que las canciones tienen un sentido estúpido cuando se las reduce a anécdotas biográficas. Esto no arruina las canciones pero evidencia que su propio autor es capaz de sacrificarlas en el altar de la serie más vista de habla hispana. Quizás no debería sorprendernos: Fito ya lo había hecho cuando usó "Te vi" como jingle de unas cámaras de vigilancia). 

Diríamos que, en términos de negocio, él puede darse el lujo de banalizar su obra porque el mérito de haberlas hecho lo habilita a convertirlas en mercancías degradadas. La operación se vuelve grave cuando arruina en versiones infames la obra de Charly (su época más gloriosa: Clics Modernos y Piano Bar) descuidadas y afeadas hasta la ofensa por un pelele Andy Chango que imita penosamente los tics más vulgarizados del artista que convirtió su vida en una performance constante: Charly aparece como un flaco idiota que hace versiones horrendas de las mejores canciones del último medio siglo. El caso de Spinetta es más grotesco: repentinamente aparece un actor parecido a Cerati y deforma brutalmente las inflexiones melódicas más refinadas y gráciles que haya dado la música popular argentina. La canción de Spinetta aparece musicalizando un montaje alterno del velorio de un familiar de Fito. La distancia entre la calidad de la música citada y el tratamiento berretísima que le da la serie es violento porque el auto-homenajeado es un músico y las versiones que pone para no pagar los derechos de los originales son desastrosas. El problema no es entonces de fidelidad histórica o de sentimentalismo privado sino de ausencia de concepto de la relación entre música y narración audiovisual. 


Un detalle curioso del modo en que se resuelve la cuestión difícil del timbre de la voz del protagonista al cantar es que, cuando el personaje está componiendo las canciones en primeros planos, el actor que lo imita desafina ostensiblemente y se muestra totalmente ajeno a la posibilidad de concebir esa música, pero mediante cortes de alejamiento la banda de sonido remplaza la voz del actor por la del Fito que todos conocemos. La voz del personaje cambia en un simple corte de montaje. El efecto chirriante de esta sustitución brusca podría justificarse en un cineasta torpe (¿acaso Páez no lo es?) pero es una incapacidad o un descuido grosero en un músico talentoso como sabemos que él es: ¿Cómo soporta arruinar su obra y la de sus dos maestros? ¿Para ahorrar costos de producción? ¿Considera que el público no tiene suficiente sensibilidad musical y puede soportar este pastiche porque está enganchado con la trama melodramática y acepta cualquier versión chapucera de sus grandes éxitos? 

Páez no tiene pudor en incluir en el final de su autocelebración la leyenda impresa en pantalla que afirma que a partir de su consagración en Vélez a mediados de los 90 se convirtió en uno de los músicos más importantes de habla hispana. Y miente notoriamente que después de El amor después del amor hizo 20 discos más que lograron una consagración universal, algo que sabemos que es falso, porque lo que vino después es una larga pendiente artística de la que ahora la serie lo viene a rescatar: Fito nunca pudo volver a componer algo de la calidad de "Tres Agujas", "Instantáneas de la calle", "Tumbas de la gloria" o "Pétalo de sal" y sus 20 discos siguientes fueron en su mayoría fiascos artísticos y comerciales, razón por la cual desde hace décadas viene exhumando periódicamente El amor después del amor (la gira de los 20 años, la de los 30, las reversiones con cantantes del mainstream de "habla hispana" de los temas de su disco más exitoso): no pudo hacer desde entonces un disco entero que sea perdurable. 

El problema de cómo filmar la música (el principal problema que debe encarar la biopic de un músico célebre) tiene en este producto de Netflix un resultado penoso. Está primero entre los productos más consumidos de esta semana. Es de prever que en unos años esta serie se volverá tan inmirable como hoy es Tango Feroz. Las canciones tendrán que recuperarse de este maltrato.



El guión de Páez en EADDEA cita textualmente una línea del dialogo de Tango Feroz: "Si esa mina me da bola, voy a ser inmortal". 

1- El que hace de Páez sobre la que hace de Cantilo  

2-  Fernán Mirás sobre Cecilia Dopazo.

¿Para cuando la gira de los 30 años de Tango Feroz?

2 comentarios:

Jorge dijo...

Todo se compra,todo se vende..........también nuestros artistas!

Oscar Cuervo dijo...

No todo.