Chicos, padres,
chicas, despierten
despiértense, levántense,
reciban el domingo
con una sonrisa:
el mesías está en la puerta.
Desde el balcón hace un rato
que lo observo.
Chicas, chicos,
es la última vez,
no volverá a nuestra puerta,
recibámoslo.
Ha caminado un largo camino
nuestro mesías, parece cansado.
La espalda encorvada, la mirada baja.
Está hace media hora
sentado en el umbral
mientras la oscuridad no se disipa
y una fila de hormigas le trepa por las piernas.
Familia,
¡levántense!
El primero que le abra la puerta
con un beso
será su preferido.
Lloverán bendiciones sobre su cabeza.
Todo, todo va a cambiar.
No más esto,
no más, porque ha llegado él,
el que los años nos enseñaron a esperar.
¿Pero, qué pasa?
¿Por qué duermen?
¿Qué sueño los lastra?
¿Sexual? ¿Una carrera
de fórmula uno? ¿La cara
de un muerto amado?
Todo eso mañana
va a dejar de importar.
Yo,
la mujer de la casa,
velo.
Aunque ¿no estaré
yo misma
en mi propio sueño?
Mi sueño del mesías,
tal como lo pensé,
flaco, alto, pelilargo,
vestido como un croto,
¿no será realmente un croto
cansado, harto
de caminar, que se sentó
en nuestro umbral
a ver las hormigas
trepar por sus piernas
hasta el torso? El más
hermoso de los sueños,
el querido por el corazón.
No crean que no los entiendo
cuando intento despertarlos.
Miraron tele hasta tarde.
Fueron a bailar.
Apenas raya el sol.
Las persianas bajas.
Pero, pero, vamos,
es él, es la última vez,
no habrá otra chance,
como lo esperamos él nos espera.
¿O acaso no creen?
¿Acaso no creían?
En cada bautismo,
comunión, casamiento,
entierro, ¿no creían?
¿No había esperanza?
¿Eramos como animalitos?
No, no puedo creer eso,
ahora que lo veo, puesto
en mi umbral.
Aunque tampoco en su sueño se engañen
con que yo, mujer de la casa,
no entiendo también eso.
Está tan lleno de pruebas el mundo
y decepciones. Cada cicatriz
endurece. Otras cosas
ocupan su lugar,
otras ganas, otros miedos,
el trabajo, las cosas, la familia,
poco a poco se vacía el pecho
de su imagen, hasta que al final
todo lo nuestro está vacío.
Vacío de la plétora del corazón.
Pero igual,
vamos, chicos, vamos,
a levantarse,
a ver quién será el primero
en ofrecerle un asiento cómodo,
un café con leche, nada más pide
a cambio de todo lo demás,
cabizbajo, cuando una hormiga rodea su ojo,
salgan del sueño trivial y mírenlo
y háganlo entrar.
Después todo será distinto,
créanme, a mí, que en mi vigilia
lo veo, poniéndose de pie,
mirando hacia un gorrión que pía,
sin volver la cara hacia mi cara,
arrastrando los pies, fatigado de esperar,
dando la vuelta, dirigiéndose
a la esquina, pasando la casa de María,
y dejándome sola, una señora vieja en camisón
que esperó y esperó y no
olvidó.
Alejandro Rubio, "Tres poemas católicos", Iron Mountain
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