Norte, the end of story (Lav Díaz, Filipinas, 2103)
por Lilián Cámera
Una película extraordinaria, hasta ahora lo mejor de este BAFICI. Es difícil escribir sobre Norte, el fin de la historia a la madrugada, sin poder tomar distancia de la experiencia de estas cuatro horas y diez minutos, de la intensidad de su propuesta. Y hacerlo en una síntesis apretada cuando se merece un análisis más complejo, pero es necesario que mi entusiasmo pueda servir para que más personas puedan verla, que no se dejen amilanar por su duración, que en ningún momento pesa. Fue maravilloso sentir algo que ha escaseado en otras funciones, silencio y absoluta concentración (es increíble cómo se conversa, suenan y se atienden celulares, entra gente hasta mitad de la función…).
Lav Díaz se inspiró en Crimen y Castigo de Dostoievsky para crear a Fabián el protagonista, un intelectual desencantado que discute con sus amigos la necesidad de destruir todo para empezar de nuevo, y esto incluye matar, si es necesario, al que sea. Sus acciones tendrán consecuencias terribles para Joaquín (condenado por un delito que no cometió), para Eliza (sola para afrontar la subsistencia de la familia al caer preso su marido) y para él mismo.
Así contado, y si además tenemos en cuenta que a esa familia en el último escalón de la pirámide no paran de ocurrirle cosas terribles, podríamos pensar en un melodrama. Y esto es lo interesante: la forma en que el director toma prestado de ese género y del cine negro para utilizarlos como una herramienta poderosa que denuncia el avance feroz del fascismo en Filipinas. Esta utilización es sutil, la manera en que se filman las escenas remite más a lo literario, largos planos secuencias con una fotografía diáfana a cargo de Lauro Rene Manda.
Es que Lav Díaz se toma el tiempo para registrar las vacilaciones, las dudas, los movimientos de sus personajes, no con morosidad sino con amorosidad. Cuadros pictóricos donde está pensado cada uno de los detalles, la luz que incide en los rostros, los objetos cotidianos que acompañan a cada uno de ellos. Vemos la revulsión de Fabián, su deriva, el mal interior que lo corroe sin un dedo acusador que moralice y lo coloque en la lista de lo despreciable sin remedio. Se trata más bien del peligro que representa su fundamentalismo, dar la espalda a la historia, sucumbir a revisionismos donde se termina legitimando un pasado de explotación y violencia.
Y si se habla de violencia, es notable cómo se la muestra en ciertas escenas, por ejemplo las de la cárcel, en un fuera de cuadro, sin regodeos. Lo que ocurre se siente en los rostros, en los cuerpos, más aún después de ejercido el acto, y por eso expone aún mas la falta de justicia. Joaquín se aferra tras esos muros al recuerdo de su familia; su deriva, a diferencia de la Fabian, no lo lleva a la crueldad con quienes lo rodean; por el contrario, siempre ofrece su ayuda, sostiene. Es con él que se rompe el registro de esos cuadros pausados para ir al encuentro con los suyos a través de la libertad de la ensoñación. Bellísimos planos áereos, vuelos rasantes hacia su hogar, hacia la luminosidad de la costa y de las casitas endebles. Suspensión del cuerpo maltratado por la historia, por la colonización.
Por último, no puedo dejar de mencionar las escenas entre Eliza y su hermana, la cotidianidad a la que se enfrentan para sobrevivir, cuidar de los niños, compartir lo poco que tienen. Los largos silencios de algunas noches con el cansancio del día a cuestas, la palabra medida, la justa y necesaria para seguir sosteniendo. Dos mujeres y sus gestos, el miedo y las huellas de la colonización en el idioma que no se comprende, el idioma de la jurisprudencia y los abogados del sistema. El idioma del amo.
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