por Marcos Perilli
Esta película no tiene nada que envidiarle, por su factura técnica y su ritmo trepidante, a un policial estadounidense: al contrario, tiene un pulso que el cine de género yanqui parece haber perdido; más allá de que algunos digan que se trata del Perros de la calle sudafricano.
Cuenta el típico caso del policía honesto, mal pago, que harto de esta situación se va por el mal camino. Chili y Shoes son dos agentes egresados de la academia policíaca, amigos además de camaradas, uno de ellos recientemente casado y esperando un hijo. Aunque les gusta su trabajo, la subsistencia se les hace difícil y viven en asentamientos precarios (nuestros policías paecen ricos al lado de ellos). Luego de que su jefe les niega un pago por haber atrapado a unos bandidos y se toma los réditos él solo, uno de ellos decide arriesgarse por su cuenta y se infiltra en una banda, solo para quedarse con el botín y repartirlo con su compañero. El otro intenta disuadirlo de hacer esa maniobra que va en contra de lo que siempre creyeron, y además teme que alguien pueda salir lastimado (bueno, algo de moralina tenía que tener).
Desde ahí, la montaña rusa no se detiene.
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