todos estamos igual

lunes, 16 de mayo de 2011

No funciona

(Acerca de Si la cosa funciona, de Woody Allen)


por Pablo Taskar

¿Qué compele a Woody Allen a producir con frecuencia anual refritos de su obra pasada?

Otra vez un neurótico misántropo, pesimista e hipocondríaco que da por hecho que el mundo se termina y descree de todo tipo de emprendimiento humano, en esta oportunidad encarnado por Larry David, pigmalionizado convenientemente para que se pare, tartamudee y dispare las esperables líneas ingeniosas. (Este David, monologuista y co-creador de Seinfeld, pese a su esquematismo actoral, no consigue arrebatarle el cetro de “Peor Alter Ego de Allen” al enervante Kenneth Branagh de Celebrity, pero casi).

Eso respecto del protagonista; en el guión el déjà vu ya es total. Boris Yelnikoff, divorciado y con una fallida tentativa de suicidio a cuestas, se topa por azar con la jovencita Melodie a quien, a regañadientes, da cobijo en su apartamento neoyorkino. Ella llega del Sur huyendo de padres cristianos muy tradicionalistas y…sí: el amargado escéptico y la inocente abierta a la vida se terminan casando. De ahí en adelante, la aparición de personajes secundarios tales como los padres de la chica (recalcitrantes conservadores que descubren su faceta “fiestera” o su costado gay) más el joven actor enamorado a primera vista, sumados a otro intento de suicidio que cataliza una nueva pareja para Boris, oficiarán de demostraciones empíricas para lo único que parece querer decirnos el film: que como el azar gobierna nuestras vidas y racionalizar carece de sentido, cualquier decisión que tomemos – o nuestra felicidad – estará sometida a un equilibrio inestable. Por lo tanto, “si la cosa funciona” (whatever works) abracémosla, por más efímera que pueda resultar. No demasiado distinta era la postulación híper subrayada de la también chata Match Point, con esa pelotita de tenis que podía quedar azarosamente en uno u otro campo y definir el destino del personaje de Jonathan Rhys Meyers.

Allen, además, toma su filmografía y saquea su propio arcón de expresiones e imágenes convirtiéndolas en clichés. Curioso, porque en la mismísima Whatever Works hay toda una denostación explícita ligada al hablar con clichés o frases hechas. El inconsciente culposo que aflora en la obra… ¿Cuándo comienzan a degradarse las marcas autorales con las que identificamos el universo personal de un artista? Respuesta: cuando se repiten sin agregar nuevas capas de significación.

Una New York de catálogo turístico (como Barcelona en el eurotrash de Vicky y Cristina) bien lejos de la cualidad melancólica de la Manhattan que embelesaba en Manhattan, la cámara encuadrando en primer plano a Melodie para enamorar al espectador como lo hacía allí con Tracy (pero Evan Rachel Wood no es Mariel Hemingway, o la estrategia ya no sirve), citas literarias y cinéfilas cada vez más descontextualizadas con la sola función de connotar la agudeza intelectual (sin gracia) del protagonista. ¡Hasta los títulos de presentación sobre fondo negro acompañados de jazz tradicional!: los hemos visto tantas veces que ya resultan anodinos, burocráticos.

Y me vino a la cabeza uno de mis escritores favoritos, tal vez para arriesgar una hipótesis que no tengo tiempo de probar exhaustivamente. Me limito a esbozarla: En una improbable confrontación de uso de alter egos como principio constructivo de sus obras, Philip Roth (de producción novelística tan prolífica como Woody Allen en lo cinematográfico), con narradores protagonistas excluyentes (Portnoy, Nathan Zuckerman, Marcus Messner), con otros que relatan historias ajenas a cierta distancia (Philip Roth, el mismo Zuckerman), o duplicándose en la misma novela (el Roth de Operación Shylock acusado por las acciones de un impostor llamado Roth), ilumina distintos aspectos de una compleja figura cubista que permite imaginar una biografía posible, aunque evanescente, del autor. Y sin obviar escenarios históricos cambiantes (la Segunda Guerra, Vietnam, Watergate, el conservadurismo de la era Reagan, el 11 de Septiembre, Irak, etc.).

Los alter egos de Allen, en cambio, sean escritores, cineastas y hasta físicos como en esta última película, se terminan percibiendo como meros contornos calcados a partir de una silueta plana que sólo refuerza el estereotipo congelado en el tiempo del judío intelectual hipocondríaco y quejoso de los 70, sin relación con los determinantes contextos epocales y, por lo tanto, abstractos e intercambiables entre sí, vacuos en su declamación de que todo está mal y sólo cabe la desesperanza.

Tengo debilidad por imágenes de viejos amigos rememorando anécdotas alrededor de un mostrador o una mesa -Smoke, de Wang/Auster y la cigarrería, Clerks de Kevin Smith y el supermercado de autoservicio: dos visitas obligadas -, y en Broadway Danny Rose, sin ir más lejos, un grupo de veteranos cómicos stand up reunidos en un restaurante intercambiaban anécdotas sobre el agente que los había representado. Con eso comenzaba la película y su frescura predisponía a conocer la historia del perdedor que hacía Allen.

El plano inicial de Whatever Works también reúne a tres amigos, pero cada intervención del protagonista en la conversación, cada frase-sentencia que pronuncia, resulta como el agua estancada: no fluye ni respira verdad por estar excesivamente guionada para machacar una y otra vez los mismos rasgos del personaje.
Lo peor es que nada de lo que sigue en el film luego de ese “prólogo” agrega capas de profundidad o ambigüedad a Boris Yelnikoff. Como tampoco lo hace recurrir al recurso de derribar la “cuarta pared” constituida por la pantalla para hablarle directamente al espectador: sólo un gadget sin valor dramático (a diferencia del salto de la “realidad” a la “ficción” y viceversa en el cine adonde se “encontraban” los personajes de Mia Farrow y Jeff Daniels en La Rosa Púrpura del Cairo, justificado argumentalmente por la necesidad de evasión en la crisis del ´30).

Es tarde, y al final me fui por otros senderos y, evidentemente, no logré despuntar el interrogante que disparó esta nota, la razón por la que Allen se refritaba tanto. Por lo pronto, ubicadas una vez más sus piezas en el tablero, Whatever...doesn't work.

12 comentarios:

eamonnmcdonagh dijo...

Es la mejor peli de WA en muchos años. Está llena de buenos chistes y dialogo sarcástico y no se toma demasiado en serio. A años luz de horrores como Matchpoint y You Will Meet a Tall Dark Stranger. WA escribe muy bien para actores norteamericanos interpretando papeles de norteamericanos en pelis ambientadas en Nueva York/Estados Unidos. Se pierde en lugares exóticos como Londres

César dijo...

eamonn dejate de joder. es malisima wathever works. ni el gran larry david la salva.

Martha dijo...

Lo que pasa, es que Woody aprendió mucho de psicoanálisis y ésa es otra presencia constante que este crítico omite señalar.¿Qué qué tiene que ver aquello con las témporas?
Pues que no ignora que en general nos manejamos por compulsión a la repetición.
Si no, los nenes no corregirían a sus madres cuando éstas le cambian el cuento. Total, con el tiempo, es el lector-espectador el que le debería agregar nuevas capas de significación y de hecho es lo que hace. Y así el acto creativo se expande, Martha

Alan dijo...

Cesar:
Yo también creo que es la mejor de Allen en años. Por lo menos desde Anything Else para arriba. Y no, no quiero ser el típico "cada uno opina lo que quiere, blablabla" y esa estúpida democratización falsa, pero no creo que sea una película mala.
El guión es de la época de Manhattan, la película, y estoy más que seguro que no hablarías así si todo hubiese sido bajo un tono Allen-Keaton, por más que —como yo— adores a Larry David.

Pablo:
Juzgar (casi) al final esta película con "el primer plano...", me parece un poco tonto, sin polemizar lo que digo.
Esta cuestión de homogeneizar por términos como "el primer..." una de Tarkovski y un chiste (incluso un gran chiste como Annie Hall), me parece un poco iluso. Y más si le agregás la palabra "verdad" a esa escena de la que se acaba de estrenar; porque si fuese por eso, destruyo todo el Godard que podría haber en mi cabeza y me paso para el bando Haneke: el cine son 24 mentiras por segundo, más allá de lo que pueda o no ser verosímil. Y, sin agrandarme, por supuesto, como buen conocedor de Allen que parecés (encima citando la púrpura del cairo), no hay nada de 'verdad' allí, pero no deja de ser muy bueno (y me refiero a Woody en general, no a Whatever Works, que está buena, si bien no es genial).

¡Hasta luego!
Es bueno (¿es bueno?) saber que, encima, va a haber más Woody Allen.

santiago segura dijo...

A mí también me gustó y bastante. Y me parece que Larry David está más que bien.

Oscar Cuervo dijo...

Es curioso lo que pasa con Woody en estos últimos años, es difícil encontrar consensos amplios, ya sea con Matchpoint, Encontrarás al hombre..., Vicky, Cristina, Barcelona y esta aquí comentada, siempre hay algunos que dicen: "esta es la mejor de los últimos años", mientras otros dicen: "es malísima"; y los que exaltan alguna abominan la otra. La que está presentando en Cannes no parece ser la excepción.
Por supuesto que iré a verla y después les cuento.

santiago segura dijo...

No vi Anything else, Vicky me gustó y Matchpoint también aunque un poco menos.

Supongo que lo que decís tiene que ver con que el tipo saca películas al ritmo de una por año casi, y es muy difícil mantener el ritmo tras ¡cuarenta! años sacando una película tras otra.

Oscar Cuervo dijo...

No, Santiago, no sería raro que haga películas irregulares porque, como vos decís, hace sistemáticamente una por año. Lo raro es que haya diferencias tan abismales al decir cuáles son las buenas y cuáles las malas. Porque fijate que Eamonn y Alan hablan de una muy buena película y los otros dicen que es pésima. Y al valoración se invierte con la película anterior. O sea que al final nadie se termina de decepcionar finalmente de el, porque todos tienen su "mejor película que Woody haya hecho en años" y no es la misma.

Pablo Taskar dijo...

Uy, que lío. Ayer vi Midnight in Paris y...¡me encantó!
Tanto la totalidad como sus particularidades: la joie de vivre que transmite, sus imágenes, el guión, Owen Wilson haciendo de Woody Allen, la música,los estereotipos de escritores, cineastas y pintores,la joven rubiecita cuya belleza e inocencia remiten a las de Mariel Hemingway en Manhattan...

El lío es que, para mi descrédito,estoy celebrándole a W A muchas de las cosas que me venían hinchando en sus últimas películas, y en especial en Whatever works.

Posibles explicaciones:
- Un demonio maligno me está confundiendo.
- La combinación de elementos esta vez fue la adecuada.
- El haberla visto un día antes de aterrizar en Paris (¡qué paquetería!)
- Ni idea.

Es probable que esta última sea la respuesta correcta, perplejidad gozosa que suele acontecernos frente a una obra que nos agarra de las pestañas y nos hace soñar.

Asi que, mientras me dure su perfume, perdónenme la inconsistencia.

santiago segura dijo...

Bueno, ésa es también la gracia de hacer películas todos los años: ¡alguna te va a gustar!

Es difícil, muy difícil, que un tipo con talento -sea en la rama del arte que sea- falle seguido en la creación. Si tiene oficio, como Woody, en alguna te va a enganchar. Lo demás ya está en nuestros gustos también, si tengo que elegir una de las "últimas" quizá me quedo con Ladrones de medio pelo, que tiene como diez años ya y ni recuerdo qué críticas tuvo.

(Será cuestión de esperar que aparezca alguien a destrozarla).

Oscar Cuervo dijo...

Santiago:
Ladrones de mediopelo me había parecido... ¡pésima! Ya ni recuerdo por qué. La olvidé a los 10 minutos de verla. De todas maneras, como lo decís vos suena fácil: si hacés una por año, alguna te va a salir bien. Hay tantos ejemplos en contrario. Lo curioso, sigo insistiendo, es que a todos los que escribimos acá (y a muchos otros que no escribieron acá) nos parece que en los últimos años WA hizo algunas buenísimas y otras pésimas, pero no nos ponemos de acuerdo en cuáles son unas y otras.
Por otro lado, parece que en Buenos Aires al menos Woody goza de un cierto estatus de clásico que hace que muchos tengan algo que opinar sobre sus películas, incluso aquellos que no intervienen en discusiones sobre, digamos, ni Avatar ni Apichatpong. Un poco como la Selección Nacional de fútbol, de la que incluso la gente que nunca ve fútbol opina durante los mundiales.

Pablo Taskar dijo...

Un punto fundamental el de Oscar, y por suerte esas diferencias de apreciación no le llegan a Woody, que seguirá haciendo (o repitiendo)lo que le dé la gana.
Por otra parte, este punto (el de la recepción) lo trató él mismo hace unas cuantas décadas; en Recuerdos, su lectura de Fellini, un director de cine atribulado -el mismo W A como su alter ego-, se tenía que bancar a unos extraterrestres manifestando que preferían las películas cómicas que hacía al principio y exhortándolo a que volviera a ellas.