todos estamos igual

domingo, 16 de octubre de 2016

En la Argentina de hoy, la violencia institucional es cosa de todos los dìas


El viernes pasado en la estación Independencia del subte línea C cuatro oficiales de la Policía Metropolitana arrastraban por el piso a un chico que estaba durmiendo en el andén guareciéndose de la lluvia. Un grupo de pasajeros del subte presenció la escena e increpó a los policías por su brutal comportamiento. Uno de ellos grabó la escena con su celular y lo subió a youtube:



Así lo relata quien registró el video:

"Entrando a la estación Independencia del Subte C me encontré con 4 oficiales de la Policía Metropolitana de Macri (sin identificación) arrastrando (arrastrando en serio eh, como limpiando el piso) a un pibe afuera del subte. ¿El delito? Estar durmiendo ahí abajo porque afuera llueve un montón y no tiene a donde ir a parar. Escena tristísima de un país donde la represión y el odio de clase se ha vuelto a hacer moneda corriente desde el 10 de diciembre de 2015. Por suerte, la mayoría de los que estábamos ahí nos pusimos en contra de estas basuras por querer llevarse y tratar como mierda a una persona que es igual a vos y a mí, tan humano como vos y yo y que no estaba haciendo nada malo. Fue una escena muy triste de ver. Es feo que pasen estas cosas, ojalá siempre el pueblo reaccionara así ante estas injusticias, pero una situación chocante y shockeante por demás".

Un día antes, en el partido de Tigre pasaba esto:


El jueves a la tarde, en el cruce de Benavídez y Ruta 9, el repartidor de harina José Ojeda estaba haciendo su trabajo de todos los días cuando encontró un móvil del Centro de Operaciones de Tigre (COT) obstruyendo el lugar en el que necesitaba descargar su mercadería. Ojeda les pidió que se corrieran y los oficiales de la policía creada por Massa reaccionaron en forma brutal. Cuenta su hija Daniela:

“Mi papá se bajó a hablar con ellos, ahí discuten y de repente se van a las manos, los delle meten un culatazo en la cabeza, uno de los efectivos le mordió la cara y otro se le tiró encima y le quebró la pierna. Lo tuvieron así, en el piso, ahorcándolo”.

Dos compañeros de Ojeda, el playero de la estación de servicio y otras personas que pasaan por ahí trataron de interceder para frenar el maltrato: "¡Soltalo, es un laburante! ¡le están rompiendo la cabeza!". En una muestra del permiso para delinquir de que hoy gozan las fuerzas represivas, José, dos de sus compañeros y el playero fueron llevados a la comisaría. Uno de los testigos registró los hechos con su celular. Entonces entró en acción un oficial de la policía bonaerense para evitar que la barbarie policial quedara filmada: “Dame el teléfono. No quiero que lo filmes y punto", dijo en tono amenazante el policía. "¿Por qué, si no estoy haciendo ningún delito?" responde el muchacho que filmaba. El video llegó a las redes y se viralizó.



La viralización del video recibió muchos comentarios que atestiguaban que este modo de proceder es habitual en la policía massista. La difusión también logró que CORREPI reconociera al oficial del COT que aparece apretando el cuello de Ojeda: es Héctor Eusebio Sosa, un ex cabo 1º de la bonaerense y hoy inspector del COT que entre 1999 y 2006 fusiló a tres chicos de 15, 17 y 19 años (ver acá).


Dos casos de violencia institucional en dos días. El hecho de que hubiera personas que llegaron a filmar esos episodios con sus celulares hizo que trascendieran. ¿Cuántas veces por día pasará que actos de violencia insitucional no salen a la luz?

El martes pasado apareció en Página 12 una nota de Gabriela Carpineti y Nahuel Berguier (abogados en causas de violencia institucional) titulada "Un grito urgente contra la violencia institucional" en la que narran otros casos:

El pasado 24 de septiembre, a las once de la noche, Ezequiel Villanueva Moya e Iván Navarro fueron atacados salvajemente por una patota de la Prefectura Naval. Los torturaron física y psicológicamente con golpizas reiteradas, con insultos y gritos racistas, los hicieron realizar ejercicios propios de la colimba y simularon un fusilamiento. En este momento hay siete prefectos detenidos, pero obviamente sería absurdo suponer que esto es obra de un grupo de locos sueltos o descarriados.

El mismo fin de semana, el albañil Víctor González fue asesinado mientras estaba con amigos en la esquina donde se juntan siempre, en el barrio La Catanga en el partido de Gral. San Martín; varios patrulleros de la Bonaerense abrieron fuego contra supuestamente autores de un hecho anterior, con el cual Víctor y quienes estaban con él nada tenían que ver. Días después hubo una masiva marcha de vecinos de San Martín acompañada por referentes sociales y políticos, pero todavía no hay ningún detenido. La familia del chico fallecido en el primer hecho marchó junto a los familiares de Víctor González.

Similar a lo ocurrido hace pocos meses con Cristian Orellana en el Bajo Flores, que murió cuando miembros de la Policía Federal abrieron fuego de manera criminal, contrariando la ley, los protocolos y el sentido común, en medio de una persecución. El juez Baños que instruye la causa, dijo que el policía Juan González actuó bien porque estaba “defendiendo la seguridad pública”. Así lo escribió al momento de sobreseer a González.

En el Bajo Flores fue muerto en similares circunstancias en diciembre pasado Pablo Reynaga, y en esta última semana el jóven Jorge Trigo. En el último año vimos también a la Gendarmería disparar a mansalva contra una murga y al agente de la Policía Metropolitana Ricardo Ayala, disparar tres tiros a menos de dos metros de distancia contra Lucas Cabello.

Estos hechos son solo algunos de los que suceden todas las semanas en todo el país. Los más espectaculares (por sus consecuencias trágicas, porque son filmados, porque las víctimas forman parte de entornos con capacidad de denuncia y difusión del hecho) son los que llegan a conocimiento público. Pero los menos “espectaculares”, aquellos que moldean la vida cotidiana de los jóvenes trabajadores de los barrios populares de todo el país, son la rutina cotidiana que viene a instalarse en el imaginario social del país de los CEOS. [Completo acá]

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