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jueves, 4 de mayo de 2017

Mister Universo

BAFICI

por Carmen Cuervo

Mister Universo es una película hecha por la pareja que forman los directores austríacos Tizza Covi y Rainer Frimmel. Fue realizada en 2016 y pone en práctica un registro cinematográfico cercano al documental en el que se insertan elementos de una ficción narrativa, donde se muestra el mundo y las personas reales que se han elegido.

Ya conocíamos este procedimiento y sus notables resultados artísticos en una película previamente vista en el BAFICI, La Pivellina (ver acá). En ella también se retrataba al mundo de los circos ambulantes; incluso varios de los personajes de Mister Universo ya aparecían en La Pivellina, entre ellos su propio protagonista, Tairo. Covi y Frimmel lo habían descubierto en su film anterior, cuando él tenía 14 años, los cautivó su simpatía y quedaron con la idea de hacer una película con él como protagonista.



Tairo Caroli es un joven domador de fieras de un circo. Su relación con los animales es misteriosa, entrañable, casi mágica. Podría decirse que Tairo vive una racha de mala suerte atribuida a la desaparición de su amuleto, una barra de hierro doblada por un legendario Mister Universo, Arthur Robin, el primer hombre negro en ganar ese título, cuya situación actual al comienzo del film ignoramos

En realidad, Tairo atraviesa una situación espiritual complicada que la película se encarga de poner en escena en situaciones concretas. En un momento, Tairo va con su coche por la pendiente de una carretera del sur de cuya peculiaridad es la fuerza de gravedad funciona al revés, por lo que resulta mucho más fácil empujar al auto cuesta arriba que llevarlo hacia abajo. Más tarde, la vela encendida por una adivina para iluminar el destino de Tairo corre contra la corriente del río por el que fue arrojada. Tairo tiene una perspectiva existencial inversa a la de la mayoría de la gente.

Buscando recuperar la buena fortuna o quién sabe qué, el muchacho emprende un viaje en su auto para encontrar al Mister Universo que lo provea de otro amuleto, o al menos a alguien que pueda indicarle si todavía sigue vivo. Un viaje por la carretera que lo lleva a recorrer casi toda Italia, con paradas en donde viven su madre, su abuela, sus hermanos más chicos, su tío, su hermano mayor, sus primas, esos parientes con los cuales recupera su relación hecha de amor, abrazos, sonrisas, de ritos y de música.



Tairo también tiene una novia contorsionista con la que, como parte de sus complicaciones, él no termina de concretar su acercamiento. Ella también busca ayudarlo.

El encanto del cine de Covi y Frimmel radica en su capacidad para hacer fluir con frescura y naturalidad situaciones y personajes tocados por un estado de gracia, quizás porque pertenecen a una especie en extinción. Puede que no pase mucho tiempo antes de que profesiones como los domadores de animales, contorsionistas y forzudos se extingan y eso los vuelve frágiles y dignos. Esa gracia se manifiesta especialmente en la interacción de Tairo con sus animales y con los niños. Todo en ellos exhala una inocencia vinculada a un mundo popular y arcaico, al margen de la ferocidad del sistema actual. Lo notable es que no se trata de personajes imaginarios, sino del registro cinematográfico de un mundo que (todavía) existe más allá del propio film y de personas reales a las que los cineastas dotan de vínculos ficcionales simples y cercanos a su cotidianeidad. En eso parece basarse la verdad que se respira en su cine.

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