todos estamos igual

sábado, 19 de marzo de 2022

Contra la falacia de la moderación: hay que ser precavidos y audaces al mismo tiempo

El hambre no se modera


por OAC

El liderazgo político de Alberto Fernández está dañado de manera irreparable. Pero es imprescindible que los plazos constitucionales se cumplan a rajatablas, porque su salida anticipada pondría en peligro la democracia y la integridad del campo popular. La fórmula del Frente de Todos ideada por Cristina fue un gran paso para ganarle las elecciones al Resto del Mundo (literalmente hablando: tengamos en cuenta el escandaloso y descomunal préstamo del FMI a macri). Esta misma fórmula tenía una falla que hoy se vuelve imposible de desconocer: Alberto Fernández, su retórica apagada, su grisura y su apariencia inofensiva eran muy convenientes para captar votos decisivos del gran sector del electorado despolitizado, el que en cada período se inclina a uno y otro lado de los proyectos políticos en pugna. Sobre la indefinición de la apariencia de Fernández millones de votantes proyectamos lo que deseábamos ver. Así logramos desalojar a macri del gobierno, a pesar del apoyo del Resto del Mundo. Fue un triunfo que agradecemos a la perspicacia de Cristina.

Esa misma indeterminación se hace insostenible ahora para un pueblo que necesita que se tomen decisiones que frenen a quienes apuestan desde hace décadas a la disolución nacional y que, después del desastroso gobierno de macri y su fracaso electoral, están particularmente ensañados en destruirlo todo: en disolvernos como pueblo.

¿Debería haber encabezado la fórmula del FdT un candidato que sumara a su votabilidad para atraer a sectores despolitizados una determinación para enfrentar a enemigos implacables? La respuesta depende de si esa persona existiera. Fernández fue peor que lo que las más pobres expectativas depositaron en su voto. No fue capaz de tomar una decisión en favor del pueblo. Dilapidó con una cadena sorprendente de errores una oportunidad histórica que Cristina le cedió. Durante unos meses, la aprobación que AF pareció conquistar fue esfumándose, cada vez más rápido. Hoy lo vemos atrapado en la misma irresolución de sus primeras semanas, cuando todavía tenía la fortaleza de desarticular la trampa que la derecha nos había tendido. Hoy parece incapaz de registrar el rechazo que produce a un lado y otro, incapacidad que una descripción benevolente caracteriza como "moderación". Políticamente AF no es moderado: todas sus decisiones aumentaron la desigualdad y cavó un abismo más profundo en la fractura social. Si quería venir a cerrar una grieta, hoy pedalea en el abismo ensanchado entre unos pocos cada vez más ricos y millones cada vez más pobres. Alberto Fernández -no conocemos su interioridad- actúa como si no se diera cuenta de que sus continuas claudicaciones le siguen restando legitimidad política.

El FdT no puede romperse hoy, cuando el campo popular aún no resolvió cómo reorganizarse para enfrentar la ofensiva de la derecha. Fue un instrumento apto electoralmente en 2019, funcionó mal como dispositivo de gobierno y en 2023 puede volverse nocivo para los mismos intereses populares. Una bi-coalición que neutralice la resistencia popular en nombre de la "moderación posibilista" nos condenaría como pueblo. No queremos permanecer en un esquema que ya no brinda resultados dignos. El arreglo con el FMI es ruinoso y compromete el futuro de una generación. La deuda no la contrajo el FdT ni AF, pero la negociación resultó un fracaso que, con un mínimo de información que nos fue retaceada, deberíamos haber impedido hace tiempo. El acuerdo implica pérdida de soberanía e intromisión del imperio en las decisiones más sensibles para el futuro popular. Un error de cálculo en los procedimientos del economista Martín Guzmán -que ya va a encontrar empleo en organismos financieros internacionales, una vez que sus hipótesis de trabajo se hayan mostrado ruinosas para el país-, una deficiencia insanable en la formación política de Alberto Fernández -que se sumará a la galería de los presidentes que no estuvieron a la altura de los desafíos históricos, Guzmán y Fernández algún día se van a ir pero el pueblo se queda. La votación en ambas cámaras legislativas del acuerdo que entrega nuestra soberanía al FMI fue posible por el entusiasta apoyo de aquellos a quienes pretendimos vencer y generó un desaliento en nuestras filas difícil, no imposible, de revertir.

Alberto Fernández gobernó con miedo: miedo al poder económico, el mismo miedo que en el siglo pasado tuvieron los presidentes radicales. Como llegó con nuestros votos, su ineptitud produjo un daño adicional. 

Un documento elaborado por un conjunto de autopercibidos "intelectuales" pretendió plantear el dilema de esta hora como una dialéctica entre "moderación" y "radicalización". Falso dilema: los resultados de las defecciones de Fernández y su equipo no son moderados sino excesivamente perjudiciales para nuestro pueblo. La "carta" pone por delante de cualquier objetivo la exigencia de unidad del Frente de Todos, pero en la práctica es una unidad cuya conducción política se inclina invariablemente por caminos impopulares. Un solo y decisivo ejemplo: el ajuste económico que Guzmán decidió en medio de la pandemia, subjecutando presupuestos, suspendiendo la asistencia estatal para damnificados por la situación, en pleno año electoral, significó la ruina para millones de familias y la pérdida de las elecciones legislativas que debilitaron dramáticamente las posibilidades del campo popular. El ajuste de Fernández y Guzmán es la explicación suficiente de la derrota electoral, mientras se negociaba un acuerdo con el Fondo cuyo resultado fue nocivo en todos los niveles. El documento de los autopercibidos "intelectuales en favor de la unidad" carece por completo de la capacidad de preguntarse para qué sirve esta unidad. Al 50% de argentinos que vive bajo la línea de la pobreza no les sirve. A las organizaciones populares que el año que viene se enfrentan a la probabilidad de ser castigadas una vez más por la derecha salvaje tampoco. Entonces, ¿qué nos proponen los que aconsejan moderación y unidad?

Poné la fecha, la puta que te parió...

El punto ciego de la falacia de la moderación es que no se interroga con quién hay que unirse ni tampoco para qué sirve la unidad. El jueves en la puerta de la Casa Rosada aparecieron el presidente de la UIA, Daniel Funes de Rioja, y Héctor Daer, integrante del Consejo Directivo de la CGT, para anunciar que la semana que viene van a ser convocados al "diálogo" para acordar las políticas del post-acuerdo con el Fondo. Si estos son los sectores a los que Fernández convoca a dialogar, ya podemos anticipar los resultados.

El análisis de los medios corporativos, verbalizado también por varios legisladores de la derecha, asumido incluso por autopercibidos intelectuales moderados, es que el problema al que se enfrenta el país es la actitud inmoderada de los que rechazamos la claudicación. Pero a una claudicación no se la puede rechazar moderadamente. Si tenemos necesidad de medir nuestra capacidad para responder a la ofensiva del poder económico, es por nuestra autopreservación, para ser capaces de dar respuestas más eficaces a los ataques reaccionarios, no por la virtud de la moderación. 

El nombre que le pone al problema argentino todo el establishment, nacional e internacional, los respresentantes del macrismo que votaron a favor del acuerdo ruinoso, sectores conservadores del peronismo e incluso los autopercibidos intelectuales de la moderación es "kirchnerismo", la "izquierda peronista radicalizada" de la que habla Georgieva, cristalina. La figura a la que hay que denigrar, demoler, si es posible encarcelar o agredir física y simbólicamente es Cristina Fenrnández de Kirchner. Integrantes del círculo que rodea a Alberto Fernández, el Grupo Callao, la derecha pejotista integrada al FdT, los gordos cegetistas, el Evita e incluso sectores mediáticos que se definen oficialistas hacen  esfuerzos extras para aislar al kirchnerismo como el obstáculo a remover para que la Argentina moderada -y sometida- se afiance. El círculo más cercano de AF opera continuamente contra el liderazgo de Cristina -destinataria de los votos que llevaron a AF al sillón presidencial- y presiona a AF a que desplace al kirchnerismo de la coalición gubernamental. Quizá un resto de autopreservación, tal vez su propio carácter timorato, hacen que Fernández no se decida a ejecutar esos consejos. Pero toda su gestualidad se empeña en agraviar a los sectores políticos y sociales que lo hicieron presidente.

La paradoja que nos desafía es que necesitamos sostener a Fernández en su cargo hasta el final del mandato, a pesar de que cada día él parece idear nuevas formas de dañar los intereses populares, incluso de mellar su propia autoridad, a la que necesitamos sostener. Es la derecha la que ansía que un gobierno salido de la voluntad popular, con un discurso electoral reparador, termine volando por el aire. Parte de esa derecha opera también en el círculo cercano a Fernández y en varias de las organizaciones que se declaran "albertistas".

Así de difícil es para nosotros este momento. La dificultad nos obliga a extremar nuestra capacidad de análisis y agudizar la firmeza de nuestros movimientos políticos. Por eso no pedimos romper todavía con el Frente de Todos. ¿Qué hacer? Resistir en las calles el ajuste pactado por el FMI, las clases dominantes, el macrismo y la derecha del peronismo. Hay identidades que no se borran fácilmente. 

Nos vamos a encontrar en las Plazas del país el próximo 24 de marzo, en una nueva jornada de repudio a la dictadura, cuyos efectos quieren prolongarse en el reciente acuerdo con el Fondo, a los que seguiremos resistiendo. 

No a la claudicación. 

No a la desmoralización de la militancia. 

Sí a la unidad del campo popular que resiste la entrega de la soberanía nacional. 

Los instrumentos electorales no son fines en sí mismos. No es solo una cuestión de elecciones. 

La suerte que corramos no espera hasta las elecciones de agosto y octubre de 2023: depende de lo que hagamos desde este mismo instante.

No nos han vencido.