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viernes, 7 de febrero de 2014

Progreso y revolución: el futuro del pasado

Antojo filosófico político, para escuchar clickeando acá 



El segundo Antojo 2014 fue un antojo filosófico: el problema de la historia tal como aparece en la filosofía del siglo 19. Un siglo que empieza con el idealismo absoluto y sigue con el positivismo, es decir: un siglo obsesionado por la historia y por un sentido de la historia: ¿hacia dónde va el tiempo? ¿hacia qué estadio se dirige el mundo? se preguntaron los filósofos del siglo 19. Fueron paridos por la Revolución, la única revolución trinufante (aún hasta hoy): la revolución burguesa. Contra toda simplificación de los problemas, a mediados del siglo 19 es Marx quien advierte que si existe una clase revolucionaria es la clase burguesa, que por su propio interés se ve llevada a revolucionar el mundo sin parar, de revolucionarlo hasta en sus mínimos detalles, de revolucionarse incluso a sí misma. Dice Marx en el Manifiesto Comunista:

"Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus "superiores naturales" las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel "pago al contado". Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotacion abierta, descarada, directa y brutal.




La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabío, los ha convertido en sus servidores asalariados.


La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indigenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.


Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza".

Visión profética, aterrorizante y admirativa la que tiene Marx de la burguesía en su diferencia específica. Esa cualidad corrosiva irrefrenable del proyecto burgués se puede apreciar en esa apoteosis de la revolución burguesa que nos muestra El lobo de Wall Street, la película de Scorsese de la que también hablamos en el programa del miércoles. 



Esto que Marx escribió a mediados del siglo 19 es el futuro del pasado y por eso mismo es nuestro presente. Apenas unos años después de escrito, Marx consideró que el programa del Manifiesto había envejecido en alguno de sus puntos, que las condiciones habían cambiado mucho, aunque consideró que el Manifiesto era "un documento histórico que ya no tenemos derecho a cambiar". Admirable labilidad del pensamiento de un hombre cuyas mejores ideas siguen siendo imprescindibles para pensar el mundo y la historia. Un pensador que, paradójicamente, tuvo epígonos incapaces de revisar sus supuestos y los tomó como dogmas inquebrantables.

Augusto Comte, más o menos por la misma época, estaba imaginando un futuro de la humanidad: la edad adulta, en la que el conocimiento de la realidad natural y social iba a estar regido por la objetividad científica (un par de palabras endiabladas, engañosamente obvias, profundamente oscuras). El progreso en el que Comte creía religiosamente iba a llevarnos a vivir en una sociedad ordenada y mejor. La industria, gracias al apoyo del conocimiento científico y la tecnología, iba a terminar incluso con las guerras. Decía Comte:

"Como toda otra cosa, la idea militar de la vida fue una etapa necesaria y saludable, aunque primitiva, del curso general del progreso social hasta la etapa industrial de la vida moderna, que es científica, y por tanto, amante de la paz. Así la dirección general del progreso se caracteriza por una gradual decadencia del espíritu militar y el influjo creciente del espíritu industrial".



La industria nos iba a llevar a la paz, pensaba Comte allá por 1840: "las grandes guerras se acabarán sin duda alguna, ya que el espíritu militar está condenado a una extinción inevitable". Comte murió en 1857: de haber vivido los suficiente habría conocido la extraordinaria conjunción de la ciencia, la industria y la guerra en Auschwitz, Vietnam o Palestina.

En nuestros Antojos filosóficos estamos pensando el tiempo, la historia, el progreso y la revolución. Vamos paso a paso. En cualquier medianoche de estas continuamos. Por ahora pueden escuchar el programa del miércoles, clickeando acá.

2 comentarios:

Julio Fernández Baraibar dijo...

Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regenteaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba a la opinión mediante la fuerza de los hechos, y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta el cafetín de mala nota la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de riqueza ajena ya creada. Y señaladamente en la cumbres de la sociedad burguesa salía a la superficie el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el cual, por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, tanto en sus métodos de adquisición, como en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpen proletariado en las cumbres de la sociedad burguesa.
Carlos Marx, Las luchas de clases en Francia, 1850

Nicolas dijo...

importante es diferenciar el manifiesto de las obras posteriores de carlitos. cito de memoria: "el comunismo no es un estado al que hay que llegar, sino el movimiento que anula y supera el estado de cosas presente". pareciera que la burguesía entendió mejor que los revolucionarios lo que quería decir el hombre, porque como decís, está anulándose y superándose todo el tiempo, y en cambio los que han pensado y practicado la revolución han tendido a estabilizarse en esquemas rígidos.
me hizo acordar a este ¿chiste? de bruno bauer
http://realismo-socialista.blogspot.com.ar/2011/03/que-hacer_6257.html