todos estamos igual

lunes, 18 de julio de 2011

Cristales, esponjas, flores

La individuación



“Mirá, la verdad es que el libro lo leímos a las apuradas y no entendimos nada, pero parece que decís cosas profundas e importantes. Así que te lo vamos a publicar. Eso sí, como es muy largo va a haber que hacer un recorte: hasta la 344 se imprime, lo que sigue no”. El texto completo tenía unas 502 páginas y era la tesis con la que acababa de doctorarse en filosofía Gilbert Simondon en 1958 después de estudiar en la École Normale Supérieure y en La Sorbona con profesores como Merleau-Ponty, Hyppolite y Canguilhem. Recién en 2005 se publica por primera vez en un único volumen el texto que hacía 47 años la filantropía fenicia de aquellos editores (que todavía hoy pelean para asegurar la privatización de la cultura) había despedazado en varias partes, y en 2009 llega a las librerías del sur gracias a La Cebra.

En La individuación a la luz de las nociones de forma e información, Simondon se propone recorrer el devenir del ser, el proceso de ontogénesis en el que los individuos se constituyen como tales. En ese devenir, la naturaleza impersonal, lo preindividual, la pura indeterminación se anuda en torno a los puntos notables de las singularidades que pueblan el mundo. Los individuos son, en este sentido, agentes, medios y resultados de un sinnúmero de individuaciones físicas, biológicas, psíquicas y sociales que se entrecruzan, se confrontan y se superponen sin cesar en un único y descentrado campo ontológico. Incontables flujos, dirá Deleuze, pueblan en forma de rizoma el plano de inmanencia, permitiendo el devenir de lo real en función de las conexiones impredecibles pero necesarias de las máquinas deseantes.

Uno de los aspectos a destacar de la aproximación metafísica de Simondon está en lo que el autor denomina su enfoque técnico: el soporte teórico que los “posestructuralistas” franceses de mediado de siglo XX encontraron en la lingüística saussuriana, Simondon lo encuentra en el estudio de la física, la biología y la química. Al mismo tiempo que se esparce en las aulas europeas y eurodependientes la tecnofobia heideggeriana, la consideración de los desarrollos tecnológicos -sostiene Simondon- desde una perspectiva filosófico-científica permite crear nuevos conceptos y concebir puntos de vista originales para hacer ontología. Por eso, sorprende ya desde las primeras páginas la recurrencia con que Platón, Aristóteles, Leibniz o Hegel se cruzan con apuntes sobre las reacciones de la arcilla en la cocción de un ladrillo, la oscilación de diferentes tipos de péndulos, el crecimiento de cristales o la formación de esponjas en ambientes controlados, y las cualidades de los rayos X. Pero ello no implica que se trate de un libro exclusivamente sobre ciencias naturales: una vez superadas las primeras fases de individuación (primero física, luego vital) se ingresa en el terreno de la constitución psicológica de los vivientes. Allí será la filosofía moderna -vía Descartes y Spinoza- la que proporcione el punto de partida, pues un análisis de las emociones y de los afectos dará lugar a la pregunta por la fe y la espiritualidad con ecos claramente kierkegaardianos:


«La cultura da demasiada importancia a la espiritualidad escrita, hablada, expresada, registrada. Esta espiritualidad que tiende a la eternidad por sus propias fuerzas objetivas no es sin embargo la única; es sólo una de las dos dimensiones de la espiritualidad vivida; la otra, la de la espiritualidad del instante, que no busca la eternidad y brilla como la luz de una mirada para luego extinguirse, también existe realmente. Si no existiera esta adhesión luminosa al presente, esta manifestación que da al instante un valor absoluto, que lo consume en sí mismo, sensación, percepción y acción, no habría significación de la espiritualidad. La espiritualidad no es otra vida, pero tampoco es la vida misma; es otra y la misma, es la significación de la coherencia entre lo otro y lo mismo en una vida superior. La espiritualidad es la significación del ser como separado y ligado, como único y como miembro de lo colectivo; el ser individuado es a la vez único y no único; es preciso que posea las dos dimensiones; para que lo colectivo pueda existir, es preciso que la individuación separada lo preceda y contenga todavía lo preindividual, aquello a través de lo cual lo colectivo se individuará religando al ser separado. La espiritualidad es la significación de la relación del ser individuado con lo colectivo, y por tanto, en consecuencia, también del fundamento de esta relación, es decir, del hecho de que el ser individuado no está enteramente individuado, sino que contiene todavía una cierta carga de realidad no individuada, preindividual, y que preserva, respeta y vive con la conciencia de su existencia en lugar de encerrarse en una individualidad sustancial, falsa aseidad. La espiritualidad es el respeto de esa relación entre lo individuado y lo preindividual. Es esencialmente afectividad y emotividad; placer y dolor, tristeza y alegría son las distancias extremas en torno a esta relación entre lo individual y lo preindividual en el ser sujeto; no hace falta hablar de estado afectivos, sino más bien de intercambios afectivos, intercambios entre lo preindividual y lo individuado en el ser sujeto».


Y por último, la sección final del libro está dedicada a “lo transindividual y la individuación colectiva”: ¿cómo se constituye un sujeto social? ¿qué relaciones fundamentales explican el devenir ora de un todo compartido y propio, ora de una mera agregación de intereses egoístas? ¿qué clase de individuaciones permiten pensar la política? A nosotros, argentinos del siglo XXI que hoy nos toca experimentar y participar de la lucha entre -por un lado- una sociedad comprometida con la (re)construcción política de valores comunes, y -por el otro- la propuesta pretendidamente no-ideológica de los que reemplazan la discusión y las ideas concretas por el bailongo colorido de gente sin voz ni palabras, esta relectura en clave contemporánea de la pregunta fundamental de la filosofía política no puede dejar de interpelarnos.

1 comentario:

mirtha lucía dijo...

HOLA.
GRACIAS POR ESTA ENTRADA. HA SIDO UNA COINCIDENCIA MARAVILLOSA QUE JUSTO LEÍA EL NOMBRE DE SIMONDON EN UN LIBRO SOBRE DELEUZE (yo no lo había sentido mencionar nunca).
MUY BUENO, ME CONGRATULO DE PASAR POR AQUÍ FRECUENTEMENTE. MIRTHA LUCÍA