Lucas Arrimada el domingo a la medianoche en
La otra.-radio. FM La Tribu. 88,7. Online.
Esos acuerdos son las vías para que el Poder Judicial, y todo el sistema político, sea más democrático. Todo esto, justamente, es lo que la sociedad, la Constitución y la idea de Justicia nos exigen.
* Publicado originalmente acá.
La otra.-radio. FM La Tribu. 88,7. Online.
por Lucas Arrimada
El necesario debate de la llamada “democratización del Poder Judicial” recién comienza. Si se quiere superar el mero oportunismo, no se puede cerrar ningún debate en unos pocos meses ni con medidas de corto plazo, cosméticas y retóricas. Por ello, hay varias puntos iniciales -y centrales- que deben guiar una discusión sobre el Poder Judicial, sus problemas y la vías de ampliar espacios democráticos dentro del sistema político.
1. La Justicia es un valor, una aspiración, un horizonte. El Poder Judicial una institución, con muchos problemas -muchos compartidos por el propio sistema político-. El Poder Judicial no es “la Justicia”.
Las palabras que usamos inocentemente pueden favorecer las confusiones y los malos entendidos, los disensos innecesarios, las disputas verbales. Sin embargo, a veces, también hay un uso estratégico de los términos “Poder Judicial” y “Justicia” para atribuirle una autoridad incuestionable, más sólida, a decisiones problemáticas. Dicho uso no es inocente.
Resulta contradictorio llamar “Justicia” al Poder Judicial que encubrió históricamente las violaciones de derechos humanos, justificó golpes de Estado, juró ante dictaduras, negó habeas corpus, cajoneó expedientes, omitió impulsar y hasta obstaculizó investigaciones como en los casos AMIA, Embajada de Israel, Marita Verón, la explosión de Río Tercero, entre tantos otros casos testigos, históricos, símbolos de corrupción e impunidad conjugadas, propios de un “Museo de las Injusticias”. Sin mencionar, los infinitos casos que no consiguieron esa publicidad fugaz y resultaron invisibilizados por su número de expediente, archivados en el silencio de las prescripciones y se hundieron en la inercia del olvido. El hambre de verdadera justicia da paso a las ratas de los subsuelos de Tribunales.
Muchos jueces, operadores, funcionarios judiciales, penitenciarios -especialmente en el área del Derecho Penal- se esfuerzan diariamente para luchar contra una picadora de carne policial-judicial a la que difícilmente se pueda llamar “Justicia”. Su esfuerzos aislados, dignos, reservados, no son acompañados ni apoyados por las estructuras judiciales ni por las autoridades políticas responsables de dicha máquina inercial.
2. La Justicia es un valor crítico. Por sobre todas las cosas, “la Justicia” es una aspiración que nos permite criticar, exigir más y mejores decisiones, políticas, instituciones, acciones de gobierno, sentencias, fundamentos, etc. La justicia es parte de la razón pública. Justicia y democracia son valores críticos, nos permiten protestar, reclamar, denunciar; no legitimar una decisión. En todo caso, la Justicia nos permite criticar constructivamente una decisión para pedir que tenga más legitimidad, pero no será perfecta, nunca última, siempre mejorable.
Ninguna institución es “la Democracia” porque la democracia consiste en una práctica social (de expresarse, protestar, disentir, debatir, votar, agruparse, etc.) de todos, sociedad y políticos, pueblo e instituciones. De la misma forma, los Jueces no representan “a la Justicia” como ningún político ni institución representan a la democracia. Ningún jugador es el juego ni su última autoridad. El juego es la última autoridad.
3. La Justicia es un valor político y democrático. El Poder Judicial es una institución política no democrática pero es parte de las instituciones de cualquier democracia moderna.
- Es una institución política porque desde su presupuesto hasta sus miembros son establecidos, negociados por las instituciones políticas. La elección de los jueces, mal que le pese a muchos que lo niegan hipócritamente, siempre es y será política, intensamente política. Lo que es lamentable es que sea, en su etapa decisiva, un proceso secreto en el que los candidatos hacen “lobby”, en las adyacencias del Poder Ejecutivo y el Senado, para se los elija. Ese “lobby” en el proceso de elección debe ser reformado.
Nadie debe ser tan ingenuo para creer, mucho menos para pensar, que el Poder Judicial es independiente frente a las presiones políticas, económicas y corporativas. El Poder Judicial, como cualquier institución política, es interdependiente, tiene alianzas coyunturales y no debe ser parcial a nadie sino interactuar a la par. La elección de sus miembros demuestra que no lo es. Su remoción lo confirma. Pasamos a ese punto.
- Es una institución política no democrática porque los cargos de jueces son vitalicios, no dependen de mandatos electorales y la ciudadanía no los puede controlar fácilmente. Es claro que las garantías funcionales y los controles “republicanos”, el juicio político, pensados para el siglo XIX, ya no funcionan (o peor: nunca funcionaron).
Todo esto explica cómo ciertos jueces identificados con la parcialidad y el mal desempeño siguen en su función. Esto se debe a una decisión política de élites, un acuerdo, tácito o explícito, pero un acuerdo político de varias décadas que se traduce en una defensa corporativa pero de una corporación transversal, no meramente judicial.
Aquellos que defienden a un Poder Judicial aislado de la política querrán que no se politice su composición. Hacer una Justicia partidaria, politizarla, es indeseable -aunque eso es lo que hizo cada gobierno con mayorías legislativas: eligió a propios sobre ajenos, más allá de méritos- pero eso no significa que el Poder Judicial no requiera un cambio político y necesite una mejor política. Se puede hacer política democrática en el Poder Judicial sin politizarlo, sin hacerlo parcial a un gobierno. Esto nos lleva al siguiente punto.
4. La Justicia puede construirse en la política democrática. El Poder Judicial necesita más, no menos, política democrática para su reforma.
Justamente lo que necesita todo el sistema institucional es más política, pero no cualquier política (partidaria, elitista, corporativa, endogámica, oficialista u opositora) sino política democrática, esto es, debate y discusión abierta sobre los defectos del Judicial, audiencias con operadores, con la comunidades de actores y consensos trasversales sobre políticas de largo plazo para esa rama institucional sobre: ingresos, selección, modelo de funcionario, impuestos a la ganancia, problemas de clase y de género, prácticas endogámicas, acceso a los tribunales, transparencia y participación ciudadana en un etcétera extensísimo.
Aquellos que quieren aislar al Poder Judicial de la política adoptan una decisión política que -consciente o inconscientemente- reproduce una institución contramayoritaria, elitista, clasista, sexista, endogámica, con tradición y prácticas poco transparentes, lejana de los ideales republicanos y sin control democrático, muy sensible para los que tienen más poder político, económico y también poder legal.
A la actual situación del Poder Judicial se llega por responsabilidades políticas que cruzan varias décadas y todo el arco político de un sistema federal. La única forma de dar respuestas consistentes es a través de más y mejor política: la política democrática del debate y de los consensos transversales, entre niveles de gobiernos, instituciones y sociedad, para impulsar políticas de largo plazo. Sin esos acuerdos prácticos difíciles, complejos y árduos, pero nunca imposibles, todo será retórico.
* Publicado originalmente acá.
El debate sobre la reforma del Poder Judicial tuvo un clímax anunciado la semana pasada cuando, entre el discurso presidencial y los demás discursos protocolares e institucionales (todos centrales al mundo judicial), comenzaron a proyectarse las propuestas y las coordenadas de una discusión política que debería incluir a toda la sociedad, para expandirse territorial y temporalmente, y así ser lo más productiva, ascendente y horizontal posible.
Mientras esperamos los proyectos legislativos a presentarse, las voces a favor y en contra se multiplican, y entre las reacciones corporativas y las propuestas de reformas cosméticas, debemos señalar algunos desafíos concretos para que la Justicia no sea una celestial y emotiva palabra que se utiliza (y confunde) al referirse al más terrenal y menos sensible Poder Judicial.
Es claro que la reforma del Poder Judicial debe tener efectos, no sólo en un mejor funcionamiento interno de los tribunales, en su transparencia y calidad institucional, sino en la difícil relación (en la que también median otras instituciones: universidades, abogados, partidos, sistema político, etcétera) que tiene con la sociedad y con sus derechos, especialmente de los sectores más débiles y sus “derechos de papel”: las mujeres, los pobres y los jóvenes.
No puede olvidarse, especialmente en estos días, de estos tres grupos íntimamente relacionados. El Poder Judicial tiene tendencias corporativas, endogámicas, de casta. Los sesgos de clase, no sólo en las áreas penales, se vuelven más injustos y antidemocráticos porque parecen implicar una “Justicia de clase” que tiene a los sectores marginados, los más jóvenes y vulnerables, como selectivos sujetos de castigo, patrón que se potencia cuando pensamos en la relación castigo, clase y género.
Esta “justicia de clase” contrasta con la impunidad de los poderosos de todos los colores y sectores. Impunidad judicial para los poderosos, “justicia penal” para los pobres.
1. En una sociedad diversa tenemos un Poder Judicial clasista y sexista: Nuestra comunidad hoy tiene una diversidad explosiva y expansiva. Diversidad que es política, partidaria, geográfica, de opción sexual, de clase social, etc., pero cuando desagregamos cada uno de esos grupos la complejidad aumenta y se multiplica. A pesar de ello, el Poder Judicial, histórica y actualmente, parece representar a un sector bien definido, que con algún matiz y excepción tiene como regla nítidos sesgos ideológicos y una composición de clase y género consolidando un grupo económico, social y político más homogéneo y con menos diversidad que la propia sociedad argentina.
Con diferentes grados, la Justicia Federal y especialmente los tribunales penales tienen los contrastes más fuertes, más notables, dado que miembros de cierta clase social (alta, media alta) terminan operando dentro de los engranajes de un sistema que identifica a los miembros de otra clase social vulnerable (baja, media baja) como sujetos específicos del proceso y castigo. Por eso nuestro siguiente punto.
2. La selectividad penal y las violaciones de derechos humanos: Sin duda una de las funciones más urgentes, necesarias y de las deudas más fuertes del Poder Judicial es frenar el poder punitivo descontrolado haciendo respetar las garantías constitucionales y los tratados de derechos humanos reconocidos por la Constitución Nacional, incluso rompiendo con las inercias y prácticas judiciales que han llevado a desnaturalizar y abusar de institutos (como el juicio abreviado y la prisión preventiva) pensados para mejorar el sistema.
No se puede democratizar al Poder Judicial mientras viola derechos constitucionales de manera constante y sistemática. Eso incluye a los demás operadores principales del sistema penal: la policía y el sistema penitenciario. Ambos dependen claramente del Poder Ejecutivo aunque tienen relaciones jerárquica, directa y cotidiana con el Poder Judicial, compartiendo responsabilidades y prácticas históricas.
Sin reforma policial integral, que haga efectiva la tarea de hacer respetar a las fuerzas de seguridad todas las garantías constitucionales, en las calles de toda ciudad, especialmente en las villas y barrios marginales, y el respeto de los derechos humanos en un sistema penitenciario que hace tiempo ha demostrado ser la concreción de nuestras peores pesadillas y reflejo de un pasado que todos condenamos, cualquier reforma del Poder Judicial alejará todavía más la idea de Justicia o hará al sistema y sus actores cómplices de las injusticias más extremas, como en épocas propias de las más oscuras dictaduras.
La falsa dicotomía entre populismo penal y el cinismo judicial resulta inaceptable: ambas nos dejan en el infierno mismo, arrojándonos hacia un abismo de la dignidad humana y la justicia.
Todo se potencia si pensamos específicamente la relación entre castigo, género y pobreza. El tratamiento administrativo, hospitalario, policial y la persecución penal contra las mujeres -especialmente en casos de interrupciones de embarazo- aumenta la brutalidad de la llamada “justicia penal”. La correlación entre castigo, pobreza y juventud -derecho penal juvenil- se vuelve más injusta cuando lo pensamos en el eje pobreza, juventud y género, por diferentes motivos que desarrollamos a continuación.
3. El sexo de los jueces: Diferentes estudios nacionales e internacionales han demostrado los sesgos de género(s) que tiene el Poder Judicial. Las mujeres suelen estar subrepresentadas y tienen serias dificultades para competir y ascender en las estructuras judiciales con tendencias patriarcales. Esos sesgos, a quitarse en el ingreso de empleados y en los concursos judiciales, pero también en la capacitación de prácticas y en el mismo derecho, aumentan con el impacto del factor clase, en las mujeres que son operadoras del sistema judicial y en las mujeres dentro del sistema penal.
El gran número de decisiones de jueces varones -y algunas juezas, por supuesto- obstaculizando o judicializando abortos no punibles, en muchos casos invocando preferencias religiosas privadas como “razón” en el espacio público, son una muestra lamentable. El especial tratamiento que tienen los delitos sexuales, los procesos de revictimización de las mujeres, la vida de las mujeres embarazadas o madres con hijos en las cárceles, las prácticas de requisas vaginales/anales, la insólita aplicación de “atenuantes” y apreciaciones “sexistas” en expedientes de violación o abusos sexual por parte de jueces, entre muchos otros tópicos, deberían también incorporase en la agenda de discusión de un poder que aunque extensamente integrado por mujeres sigue con formación legal y prácticas patriarcales. El Poder Judicial, al igual que muchas de las fuerzas de seguridad, con sus contradicciones, comparte una misoginia y clasismo todavía muy fuerte.
Más allá de la confusión, ingenua o no, intencionada o no, entre la justicia y el Poder Judicial está claro que, especialmente en la idea de justicia penal, cuando pensamos en estos sectores, resulta una contradicción en términos, sea en el proceso judicial o ya sea en el momento de la ejecución de las penas. En las cárceles hay más injusticias sociales que justicia penal. La mejor respuesta a la inseguridad está en la justicia social, no en la penal que se ha demostrado siempre brutal e ineficaz.
Tanto en la idea misma de democracia como en el texto de la Constitución Nacional (artículo 75 inciso 19 y ss. Tratados) están comprometidos con otra idea de justicia que no es la que el Poder Judicial administra cuando aplica penas: la justicia social. Ese especial tipo de justicia necesita de un Poder Judicial más democrático, pero sobre todo de todas las instituciones y actores partidarios comprometidos con más igualdad social y una mejor democracia. Desde reformas impositivas hasta reformas en códigos y prácticas del proceso penal, pasando por el debate político de aborto no punibles luego del fallo del año pasado de la propia Corte Suprema, hacen pensar que para “democratizar” al Poder Judicial, también hay que democratizar a la sociedad con más educación, justicia social y sobre todo con menos justicia penal para los sectores más débiles y necesitados.
Más allá de los discursos y los debates necesarios, son las acciones en el tiempo las que producen los cambios que la constitución y la verdadera justicia exige. Mientras tanto, en la actualidad, entre la justicia penal y los desafíos de la justicia social, la única justicia con la que podemos contar es la justicia poética de pensar y saber que la cosas pueden y deben cambiar.
1 comentario:
leí el segundo. muy bueno. saludos a lucas :)
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