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sábado, 29 de junio de 2013

Salvar las apariencias

Galileo y los Inquisidores, hoy a las 17:00 hs en Patologías Culturales. FM La Tribu, 88,7, online.


Galileo Galilei (1564/1642) y los científicos de su generación produjeron una revolución cultural luchando contra la postura escolástica que aún predominaba (y estaba en plena crisis) en su época. La escolástica era la extraña síntesis entre los textos religiosos de la Biblia y una cierta lectura de la visión del universo del viejo Aristóteles, pasado por el filtro de sucesivas traducciones, interpretaciones y traiciones. La corriente escolástica había alcanzado su pleno desarrollo en las universidades medievales entre los siglos XII y XIII. Los escolásticos leían estos textos, los discutían y los enseñaban. Aristóteles se convirtió, 1500 años después de muerto, en el maestro involuntario a cuya autoridad apelaban los catedráticos medievales cuando había que decidir una disputa. Para ellos, la verdad ya estaba escrita en esos textos y solo se trataba de leerlos.

Por eso, en la revolución científica moderna no estaba en juego solamente si la Tierra está fija en el centro del universo -como enseñaban los escolásticos- o si gira alrededor del Sol -la tesis heliocéntrica que propuso el cura polaco Mikołaj Kopernik veinte años antes del nacimiento de Galileo. Entre la propuesta de Copérnico y la formulación de la teoría física del inglés Isaac Newton, que terminó por desplazar a la visión aristotélica de la naturaleza, pasaron 150 años de crisis, discusiones e incertidumbre. En esos años nació y murió Galileo.

La lucha de Galileo no era solo contra la teoría geocéntrica, sino sobre todo contra una forma de entender el saber. Para él, el saber no había que buscarlo en los libros sino en el mundo, este otro texto: 

"La filosofía está escrita en este libro que tenemos continuamente abierto ante nuestro ojos -el Universo, yo digo-, pero que no puede entenderse si antes no se aprende a entender la lengua y conocer los caracteres en que está escrito. Está escrito en lengua matemática, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin cuyo medio sería humanamente imposible entender una palabra: sin ellos, todo es errar vanamente por un oscuro laberinto". (Il Saggiatore)

Para conocer el mundo hay que saber observar y este saber mismo no nace de la experiencia sino que, por el contrario, la hace posible. Se trata de un saber a piori. Por eso la ciencia moderna no está, como piensan los positivistas, fundada en la simple observación de los hechos: es un saber matemático experimental, en el cual el experimento es diseñado a partir de modelos matemáticos; es decir: concebidos antes que observados. En el experimento se constituyen tanto el objeto conocido como el sujeto que conoce. Esto quiere decir, por un lado, que en el mundo no hay objetos físicos sino en el marco de los experimentos físicos; por el otro, que el sujeto no es un mero observador de la realidad, sino alguien que se dispone a encontrar un objeto previamente esbozado por su pensamiento, desde una posición equivalente a la de un otro cualquiera. El conocimiento científico nunca es la verdad de alguien, sino la de cualquiera.

¿Quién sería el estúpido capaz de dar la vida por la verdad de cualquiera?

En todo caso, no lo fue Galileo quien, cuando el tribunal de la Santa Inquisición de la Iglesia Católica declaró que la teoría heliocéntrica de Copérnico que él defendió era una herejía, optó por retractarse. La retractación es el legado galileano a los hombres modernos, una manera de sobrevivir sin verdad. Para salvar las apariencias -como se decía en la época-, sus discípulos le atribuyeron unas palabras que habría dicho en voz baja al retirarse del tribunal: "eppur si muove". "Y sin embargo, a pesar de haberme retractado, la Tierra se mueve". No es probable que lo haya dicho, aunque es seguro que lo pensó. "La verdad no depende de lo que yo haga o diga" se mentía.

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Abjuración de Galileo

Yo, Galileo, hijo de Vincenzo Galileo de Florencia, a la edad de 70 años, interrogado personalmente en juicio y postrado antre vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales, Inquisidores generales en toda la República Cristiana contra la herética perversidad; teniendo ante mi vista los Sacrosantos Evangelios, que toco con mi mano, juro que siempre he creído, creo aún y, con la ayuda de Dios, seguiré creyendo todo lo que mantiene, predica y enseña la Santa, Católica y Apostólica Iglesia.

Pero, como, después de haber sido jurídicamente intimado para que abandonase la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve, y que no podía mantener, defender o enseñar de ninguna forma, ni de viva voz ni por escrito, la mencionada falsa doctrina, y después de que se me comunicó que la tal doctrina es contraria a la Sagradas Escrituras, escribí y di a la imprenta un libro en el que trato de la mencionada doctrina perniciosa y aporto razones muy eficaces a favor de ella, sin aportar ninguna solución, soy juzgado por este Santo Oficio vehementemente sospechoso de herejía, es decir, de haber mantenido y creído que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y se mueve. Por lo tanto, como quiero levantar de la mente de las Eminencias y de todos los fieles cristianos esta vehemente sospecha que justamente se ha concebido de mí, con el corazón sincero y fe no fingida, abjuro, maldigo y aborrezco los mencionados errores y herejías y, en general, de todos y cada uno de los otros errores, herejías y sectas contrarias a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro nunca diré ni afirmaré, de viva voz o por escrito, cosas tales que por ellas se pueda sospechar de mí; y que si conozco a algún hereje o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al Inquisidor u Ordinario del lugar en que me encuentre.

Juro y prometo cumplir y observar totalmente las penitencias que me han sido o me serán impuestas por este Santo Oficio, y si incumplo alguna de mis promesas y juramentos, que Dios no lo quiera, me someto a todas las penas y castigos que me imponen y promulgan los sacros cánones y otras constituciones contra tales delincuentes. Así, que Dios me ayude, y sus santos Evangelios, que toco con mis propias manos.

Yo, Galileo Galilei, he abjurado, jurado y prometido y me he obligado; y certifico que es verdad que, con mi propia mano he escrito la presente cédula de mi abjuración y la he recitado palabra por palabra en Roma, en el convento de Minerva este 22 de junio de 1633. Yo, Galileo Galilei, he abjurado por propia voluntad.

5 comentarios:

Peter de A. dijo...

¿Cuestiones de fe?

Oscar Cuervo dijo...

No entiendo la pregunta.

Peter de A. dijo...

Es en realidad un chiste. A veces, los que defienden la infalibilidad del papa dicen que se usa "para cuestiones de fe", y resulta que justamente se uso la infalibilidad para decretar que Galileo se equivocaba y que la tierra no se movía, lo cual, pasado el tiempo, nos parece una cuestión más de física que de fe.

Oscar Cuervo dijo...

Ahora entendí. Los chistes en las redes a veces no se entienden como chistes. De toas formas, el post no está dirigido contra la Inquisición, que hoy nos resulta tan ridiculizable y/o repudiable, sino a problematizar la posición de Galileo, no específicamente desde el punto de vista astronómico.

xanadu dijo...

Coincido con la crítica a la actitud de Galileo al retractarse, como contraposición a la de Sócrates quien opta por la muerte antes que negar sus ideas. Es lamentable que un revolucionario como Galileo traicione sus ideales para salvar el pellejo: contrasta con tantos luchadores mártires que hicieron historia en todas las épocas. No creo sin embargo que Galileo fuera llevado a ello a partir de asumir una postura relativista de la ciencia (la no objetividad de la ciencia, posturas "Feyerabandistas", etc) que aparecen tres siglos después de Galileo. Me parece simplemente, cobardía. Coincido si en la importancia simbólica de ese acto para las genreaciones posteriores: sálvese el que pueda, total da lo mismo. En fin...Felicitaciones por la entrada.