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miércoles, 9 de abril de 2014

BAFICI $26: Fulboy va de la parte al todo



por Lautaro García Candela

Fulboy va de la parte al todo, de lo chiquito a lo inmenso. Se fundamenta en los detalles que hacen a la vida cotidiana del Club Platense durante un año en su estadía en la B Metropolitana, en el límite de lo que a veces se le llama el ascenso profundo (porque es un club grande que no es tan habitué a esa categoría). Los pedazos de cuerpos de los jugadores son lo que más vemos y lo que, al final, más les sirve a ellos: su instrumento de trabajo. Los futbolistas se fascinan con su cuerpo y con los de otros casi tanto como la cámara, que los sigue persistentemente. Esta corporeidad desatada, que está en el límite del homoerotismo, está latente en el aire, pero también es una construcción desde el montaje, que privilegia esos momentos de intimidad.

La conciencia a cámara es fundamental en la construcción documental. No se puede jugar a ser Nicolas Philibert y dejar que la verdad salga por sí sola, captando a la realidad como un bloque, como decía Bazin. Hay que hacerse cargo del carácter modificador que tiene la presencia de la cámara frente a gente que no está acostumbrada a ella. Es decir, se vuelve muy notable su presencia con todas las miradas involuntarias, inexpertas, que tienen los futbolistas, sumada a una cierta sensación de que estas no son las conductas totalmente naturales. Farina es conciente de esto y lo problematiza desde dentro del film de manera genial: los hace hablar. Y el cine moderno nunca fue tan divertido como cuando lo discuten estos futbolistas, que llegan a una conclusion: la ficción no necesariamente implica menor cercanía con la realidad que el supuesto registro documental. Nada mal.

¿Por qué nos sorprendemos por esto? ¿Por qué nos sorprendemos de las discusiones que puedan llegar a tener el plantel del Club Plantense? No debería ser así, pero los propios futbolistas hablan de los prejuicios que todos tienen sobre ellos y que ellos tienen sobre sí mismos. Pero esta película los vuelve cercanos, más humanos, no sólo a los que vemos, sino a todos los jugadores de fútbol, porque todos los prejuicios que tenemos se fundan desde la ignorancia sobre la vida o el sacrificio que es necesario para el deporte de alta competencia. Y el conocimiento, la profundidad, surge a medida que continúa la película y ellos en su totalidad, con las contradicciones propias de su ámbito (mostradas con respeto, distancia, y pulso narrativo: las escenas de la compra de perfume o ropa, los paseos en autos con la ventanilla baja y la música bien alta). Los futbolistas se vuelven más cercanos por sus reflexiones, no sólo sobre el cine, sino sobre la flexibilización laboral (¡!) o el cuerito de una canilla. Porque hay una visión sobre el mundo no tan homogénea que está en sus palabras y la puesta en escena los deja ser, los deja expresarse como ellos quisieran.

El método documental sin lugar a dudas más efectivo es el que está relacionado con la lógica del afecto. Tuve la seguridad, después de haber visto esta película y Loca Bohemia –la nueva película de Filipelli que Cuervo se rehúsa a ver-, que funcionan por el cariño que existe entre quien está detrás de cámara y los filmados. De hecho los futbolistas en variadas ocasiones dicen que si Farina no fuese hermano de uno de ellos, no habría forma de acceder al vestuario, a la concentración o a los hoteles. Tampoco habria forma de llegar a tal intimidad. Y cuando a partir de un trabajo insistente, se crea un microclima que circunda a la cámara, es sólo cuestión de empezar a filmar.

La película tiene un gran final. Están los muchachos (los que supongo que son los más viejos) jugando al póker, ya en los últimos momentos previos a la gran final –que permanece fuera de campo-, y tocando la guitarra. En otra habitación (luego supe que están organizadas en función de la música que se escucha) hay un pibe haciéndose el corte de pelo que es común a casi todos los futbolistas ahí con la maquinita de afeitar. Con el montaje paralelo, ambos espacios se intercalan en la imagen pero en la banda sonora se superponen: entre el rasgueo impreciso de una canción de los redondos y el ruido eléctrico de una afeitadora se define el soundtrack de la vida de un futbolista que, al final, es un trabajador más.

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