por Carmen Cuervo
Calor hacía pero no era por eso por lo que tenía que llover. La lluvia debía largarse porque yo había decidido no salir nunca más al aire libre; pero era necesario que no pareciera un capricho mío sino una decisión muy justamente racional. Y se nubló, nubes grises negras, alguna nube con forma de calavera, medio violeta, y comenzó a llover, gotas gruesas, cayendo una detras de otra sin dar espacio para el vacío, gotas frías, casi priedras blancas que rompían los vidrios de los coches que andaban por la calle, piedras que caían del cielo y rompían todos los vidrios de la casas, que golpeaban en la cara de los vagabundos desesperados, los lastimaban hasta hacer sangrar sus caras, y más tarde llegó el viento que arrastró los carteles de las señales e hizo volar por el aire árboles que habitaban el mundo hacía cientos de años y después cayeron los rayos que incendiaron los bosques pero también los bares de la ciudad y hasta los cuarteles de los bomberos, y por último los truenos que voltearon varios edificios y rompieron los tímpanos de todos los hombres que vivían en la tierra. Y entonces sí, me senté y me quedé ahí adentro de mi casa.
4 comentarios:
ja muy bueno!
Lo repito: llovió tanto... que la imaginación desbordó
Uh Cármen! Qué apocalíptico!!
Muyyyyyyy bueno!!
martha
Me encantó. Hay que escribir como si fuera para el libro de los libros.
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