(A propósito del estreno de Fango)
por Lautaro García Candela *
Lo primero que se destaca en las películas de Campusano es el registro de actuación, entre improvisado y revolucionario. Y gracias a esos parlamentos a los cuales no estamos acostumbrados (él dice que la culpa es de Hollywood) se produce un distanciamento que dura al menos los primeros 20 o 30 minutos de cada película. Entonces empezamos a ver a las personas antes que los personajes, la realidad antes que la ficción (aunque en su cine éstas categorías son más bien difusas, porque los paisajes son tan dolorosamente reales que uno no se las cuestiona: esto es así). Y entre la ontología de lo real y el extrañamiento actoral se filtra mi preocupación: que, ante el derribo del encantamiento aristotélico, esto se transforme en un zoológico.
Esto que digo está en función de la popularidad festivalera que tienen sus películas, que no deja de ser curiosa, porque hay un acontecimiento que precede a cada proyección: Campusano invita a todos los actores del film, que son muchos. En el último BAFICI, por ejemplo, se estrenó Fantasmas de la ruta y Recoleta se llenó de motoqueros, lo que resultó un espectáculo en sí mismo. Y él no tiene la culpa, sino todos los demás. Cuando Campusano dice que nuestros sentidos están atrofiados por el cine de Hollywood, se lo puede relacionar directamente con el carácter del BAFICI: unos pocos más, unos pocos menos, es siempre el núcleo duro cinéfilo capitalino el que asiste. Entonces, no debería ser exhibido como algo supuestamente cool con lo que la gente se ríe de ciertas entonaciones. Mi miedo es que los espectadores se rían de y no con los personajes (y reírse es un decir, porque no hay muchos momentos cómicos que no surjan de lo absurdo, de lo lejano absoluto). Que haya una condescendencia propia de la diferencia de clase, ante el relato tan desnudo, tan sincero, tan íntimo.
El cine de Campusano debe ser un bicho raro en la cinematografía argentina, incluso mundial, como cualquiera que es excéntrico por un supuesto costumbrismo proveniente de lugares exóticos. Porque Campusano muestra el conurbano como si nadie lo hubiese filmado antes. Y, a diferencia de sus contemporáneos, antes que un cine anémico, hace un cine que se expande en todas las direcciones con la fuerza de la narración.
Se conjugan muchos elementos en diferentes niveles: vocación bigger than life en un nivel argumental, extrañamiento en las actuaciones e hiper-realidad en los ambientes. Lo que termina dando la sensación de que esos personajes están generando su propia puesta en escena y que Campusano sólo la ordena. La idea de que ellos escriben el guión (aunque ya sabemos que Campusano no escribe guiones) en base a su realidad y a un vínculo vivencial con los acontecimientos me hace pensar que es un cine que surge de forma directa del conurbano profundo, en el que conviven proxenetas, bandas de tango trash, motoqueros, pandillas y gente que trata de pasarla.
Como el cine de Campusano habla siempre desde la primera persona del plural, no existen juicios, como podría pensarse desde la lógica pobrista-paternalista de la clase media. Sí, es verdad, hay un determinismo casi naturalista sobre el destino de estos personajes (o personas) respecto del lugar en que viven. Pero nunca estuvo tan bien expuesta la contradicción, la unión difusa entre el valor, la cobardía, el patoterismo, el honor, sobre la base de los códigos barriales que amalgaman esos conceptos.
Lo trágico en sus películas no es necesariamente excepcional, como suele ser en el cine al que se contrapone Campusano, sino que lo son sus personajes. Estos eventos que surgen con naturalidad en la película se combinan con la iridiscencia (ver acá) de sus protagonistas, Vikingo en Vikingo y en Fantasmas de la ruta; y Oscar Génova en Vil romance y Fango. Ellos son los que llenan el plano y le dan sentido al film, porque aún siendo parte del mismo ambiente y compartiendo sus valores, se destacan por sus características excepcionales.
Al contrario de lo que dice cuando aparece en la película Tres D haciendo de sí mismo, las películas de Campusano sí son violentas. Ese no es el problema. Porque toda muerte, toda acción violenta, cada pequeño movimiento se va amplificando a lo largo de la película hasta llegar al clímax. Todo tiene su consecuencia y todo confluye al duelo medio deleuziano (la contracción del mundo propuesto para ser superado). No se acumulan muertes de extras NN para darle más dramatismo a las peleas, sino que vemos el funeral del muerto específico (todos con nombres o apodos), lo que de alguna manera va equilibrando, como haciendo contrapeso, no con ánimo conservador, sino para conservar una idea humanista del mundo.
El ánimo violento está en el aire. Habría que ver su relación con lo estatal porque, cuando las instituciones aparecen, están envueltas en la misma lógica, y más que simplificar las cosas, las embarran. Y el honor no necesariamente surge como algo bueno, ya que implica obstinación, algo parecido a la hybris griega.
Sería muy estúpido hablar de la dirección de arte en una película de Campusano. Sin embargo, todos esos detalles que surgen de su relación con lo real –algo no muy difícil de lograr, algo que se logra sin tener ningún tipo de producción- hacen que su cine sea verdadero. Decir que es un cineasta crudo sería no entenderlo. Incluso en relación a lo sensorial –lo supuestamente atrofiado-, que redimensiona escenas que quedaron en loop en mi cabeza por semanas: el sexo en Fango o las miradas del tío pervertido que participa en la trata de personas en Fantasmas de la ruta.
Al final, luego de sus películas intensamente narrativas, pasionales y trágicas, me quedo pensando en varias cosas. ¿Esa chatura en la puesta en escena (seamos sinceros, a veces parecen ejercicios de Dirección I) implica un cine desde las entrañas de una clase social que aprehendió de maneras disímiles el cine industrial? ¿Se configura así un cine conservador, cuya pobreza visual (compensada con intensidad argumental), sólo sigue reproduciendo más pobreza? ¿Ese sentido del honor que atraviesa las películas no es una construcción barata y de segunda mano? ¿Por dónde entra el kirchnerismo? Se plantean contradicciones, no es ninguna novedad. El cine de Campusano, tanto por derecha como por izquierda, está atravesado por la realidad de muchas maneras y así se replantea la representación –por lo tanto la percepción- que ya parecía automatizada.
* Lautaro García Candela es editor del blog Cuando el arte ataque.
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