“Strindberg es el teatro. (...) Bergman dice que le gusta imaginárselo después de cenar, fumando un cigarro, rodeado de esos helechos 1900 un poco cursis, escuchando una sonata de Beethoven que alguien toca en el piano de la sala, y Bergman sabe de qué se trata Strindberg.”
Sacate la careta, Alberto Ure
(Acerca de Señorita Julia, una versión de Ferrari y Ure del clásico de Strindberg, que se ofrece actualmente en el Teatro del Nudo).
Bergman, otro sueco genial, dirigió una puesta en escena de La señorita Julia en 1984; en esa versión recuperó las expresiones de tono sexual que habían sido quitadas de ella por imposiciones editoriales. La primera vez que esas líneas volverían en el idioma castellano es en una versión de Alejandro Tantanian del año 2000, en la que se cuestionaba el sesgo naturalista de Strindberg. No hay que olvidar que la denominación original de la pieza es La señorita Julia, una tragedia naturalista. La obra pudo ser vista, en la época en que se estrenó, como un intento de comprobación dramática de ciertos postulados científicos de las teorías de Darwin: “la variación en el estado doméstico, la lucha por la existencia, la supervivencia del más apto y la selección natural”. Nos lo dice el investigador teatral Jorge Dubatti en un ejercicio de teatro comparado. Ante esta tragedia naturalista, el autor buscó explicaciones en las teorías que se manejaban en ese momento, pero también agregó factores psicológicos y hasta climáticos -el calor de la noche de San Juan, las fuerzas dionisíacas- que precipitarían este conflicto de clases.
Tantanián descree de esta construcción discursiva acerca de la “naturaleza” del hombre y entonces brindó una versión diferente.
Esta variación es posible por el hábito de releer las obras clásicas que practican los representantes del teatro argentino actual. Unos pocos ejemplos: Daniel Veronese lo hace con Anton Chejov y su Tio Vania en Espía a una mujer que se mata (2006-2007); Pompeyo Audivert en Armando lo Discépolo intercala textos de los actores; Ricardo Bartís, decididamente aficionado a las reescrituras, lo hace en Hamlet, o la guerra de los teatros, en Muñeca (sobre Discépolo), De mal en peor (sobre Florencio Sánchez), Donde más duele (sobre el Don Juan de Marechal), y recientemente en Hedda Gabler de Ibsen (ver LA OTRA n° 17).
Esta variación es posible por el hábito de releer las obras clásicas que practican los representantes del teatro argentino actual. Unos pocos ejemplos: Daniel Veronese lo hace con Anton Chejov y su Tio Vania en Espía a una mujer que se mata (2006-2007); Pompeyo Audivert en Armando lo Discépolo intercala textos de los actores; Ricardo Bartís, decididamente aficionado a las reescrituras, lo hace en Hamlet, o la guerra de los teatros, en Muñeca (sobre Discépolo), De mal en peor (sobre Florencio Sánchez), Donde más duele (sobre el Don Juan de Marechal), y recientemente en Hedda Gabler de Ibsen (ver LA OTRA n° 17).
¿Qué cambia de la obra original en la laboriosa puesta de La señorita Julia de Claudio Ferrari supervisada por Alberto Ure, que llevó un año de elaboración? Fundamentalmente la ubicación temporal, lo cual resignifica todo. Ferrari –director de teatro de extracción televisiva- deja la fiesta de la obra que posibilita el franqueamiento de los personajes, en un día de verano, lo que acentúa ese clima erótico que le otorga Strinberg. Pero la ubica en la Argentina de 1957, cuando Perón ha caído. La protagonista dice, cuando alude a esa época: “parece que nada hubiera cambiado”, refiriéndose a esa hibridez del momento político de la llamada revolución libertadora. La resistencia peronista existe, pero en estado incipiente, a la espera de tiempos mejores.
Cuando Juan, el sirviente, le propone fugarse, la señorita Julia le pregunta si es peronista y él contesta con un firme y escandalizado “no”. No existe en él la menor conciencia de clase en ese momento. Juan aspira a ser como los condes (¿en Argentina?) y ofrecerle a Julia un título (comprado) cuando gane dinero con la instalación de un restaurante, sin advertir que ella ya tiene ese título. Julia se iría con él por amor, aunque sin disimular su desprecio. Pero Juan aspira a parecerse a la clase dominante y empieza a hacerlo recurriendo al robo, la corrupción y la mentira. El problema es que se adelanta a su época: todavía esta conducta no se halla naturalizada y esto precipita la tragedia.
La interpretación de Juan que hace Carlos Kaspar es brillante, Laura Azcurra es una dúctil Julia y en cuanto a Maia Francia, que personifica a la cocinera, novia de Juan, es dura, quizás demasiado hierática, en su convicción de querer salvarse.
MARTHA SILVA
5 comentarios:
Muy bien Martha, enviaselo a J D.
Un comentario que estimula a ir al teatro...Me parece interesante que esta puesta haga hincapiè sobre còmo operan los ideales burgueses en otras clases sociales...
te felicito Martha por tu inclusiòn en el jurado de los Premios Teatro del Mundo (CC Rojas)
silvia
yA SÉ QUIEN SOS. gRACIAS POR TUS COMENTARIOS PERO NON DIVULGARUM QUE DESPUES TENGO QUE ANDAR CON UNA CINTITA ROJA!
Martha
jajajajaja
ah, si, tenes razon, pero es un honor y un privilegio
a los envidiosos los mata la misma envidia
Silvia
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