Otro Johnny, no Juanito el cantor ni Johnny el que truena.
Que Johnny Depp canta y que los super-amigos (él y su camarada Tim Burton) vuelven a obtener otro resonante triunfo artístico son los dos conceptos en torno a los que gira el marketing de Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet, el sexto largometraje que hacen juntos los super-amigos. La prensa especializada (secciones de espectáculos de los diarios, suplementos culturales del fin de semana y revistas de cine) se ha encargado de propalar ambos conceptos de manera más o menos acrítica: sí, Johnny canta las disonantes melodías compuestas por Stephen Sondheim para el espectáculo de Broadway que Burton lleva a la pantalla. ¡Y Johnny se las aprendió! ¡Y no desafina!
Lo del invicto del dúo de amigotes es algo más sospechable. En realidad, después de El joven manos de tijera y Ed wood, los resultados artísticos no han dejado de decaer. Es imposible no añorar la frescura de aquellos logros de comienzos de los años 90. Está bien: para los standarts del Hollywood contemporáneo, los films en colaboración de Burton y Depp al menos pueden ser considerados la dosis máxima de "artisticidad" que el mainstream tolera. Ambos se han ganado el lugar de "chicos locos, pero en el buen sentido" que les permite seguir con alto perfil en un bosque sagrado que ya no tiene lugar, por ejemplo, para David Lynch, Brian De Palma o Francis Coppola. ¿Por qué será que Burton es uno de los pocos auteurs -¿quizá con Tarantino? (¿otro muchacho loco?)- que siguen en carrera?
Una hipótesis: Sweeney Todd es el triunfo del diseño de producción y la dirección de arte por sobre la puesta en escena. Y los conceptos gráficos (que no cinematográficos) de Burton han hecho escuela en la industria: ambientes-ominosos- pero-brillantes, neogótico, un poco de blanco y negro por aquí y unos chorros de color por allá, un infantilismo perverso (¡sin pedofilia!), una especie de Spielberg freakie, una cuota de maldad sin riesgos mayores. Si la resolución del relato no se termina de entender (a pesar de que no se trata precisamente de una trama compleja), si se entendería aún menos si no fuera porque las canciones explican gran parte de lo que pasa y cómo debe ser interpretado (una metáfora contra el capitalismo, por la picadora de carne, la sangre lubricando la maquinaria, etc.), esto no es tan grave, porque todos estamos pensando en que Johnny no desafina y lo bien que se entienden con Tim y lo locos que ambos son.
OSCAR ALBERTO CUERVO
5 comentarios:
Tengo muchas ganas de verla. Desde El joven manos de tijera no me pierdo nada de la dupla.
saludos.
Me gustan estas críticas negativas a la que tan poco afecta es la crítica especializada. No se puede confiar en ella. Si para eso se especializaron, prefiero no especializarme.
Estrella:
dale, vela y contanos qué te pareció. ¿Las que hizo Burton después de ED WODD te gustan todas por igual?
La cuestion no es hacer una crítica "negativa" sino que ésta sea justa. En este caso Oscar ubica correctamente la dificultad de este cine que en verdad es alabado por ciertos sectores...porque es el menos desastroso en términos estéticos.No por otra cosa.
Hay que buscar aquel cine - que por ahí no encuentra sala- pero es positivamente creativo.
Qué pena. La película de Burton no es buena. Tampoco es mala. Se deja ver. Solo eso. Sweeney Todd es prolija. ¿Y? Al menos "La leyenda del jinete sin cabeza" tenía a Christopher Walken; acá, (el gran) Alan Rickman no produce ni siquiera un poquito de asco. El único momento que saca a la película del letargo es el resumen de acciones que pone en paralelo la búsqueda de la chica rubia por parte del pibe marinero y los primeros cuellos rasurados: el plano de las reses colgando es de "mal gusto", y por eso es el único plano vivo de esta película que no termina de morir nunca. Me hizo acordar al jugoso churrasco que Coppola pone después de unas decapitaciones (creo) en "Drácula". Pero Tim no es Francis. A Sweeney Todd le falta sangre, aunque tiene mucho rojo. ¿Volverá Burton a filmar algo que respire? La pareja que cumple es más nueva: Cronenberg-Mortensen. Tres hurras para ellos.
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