miércoles, 7 de noviembre de 2018

La mano ahí


La mano (The hand, 2004, 55 minutos) es uno de los puntos culminantes de Wong Kar-wai. Tiene una concentración de estilemas por segundo que extasía por su belleza, una emoción visual tan ajustada a su brevedad que no tiene nada que envidiarle a Con ánimo de amar. Después de La mano, Wong nunca volvió a ser tan bueno (al menos hasta hoy, el cine siempre te da revanchas).


WKW diseña una estructura clásica y la llena de cine. Una película de amor en el sentido más clásico, melodrama desatado. Otra vez una historia de amor imposible. Un ardiente eros iniciático al que no le alcanza el tiempo de toda una vida para extinguirse. Pero no es simplemente una recreación del género melodramático del siglo xx a comienzos del xxi: es su paroxismo. Wong pulsa un ritmo de espacio, tiempo, movimiento y color como una música exquisita (además de la partitura del genial Peer Raben). En La mano WKW se muestra como un maestro consumado del arte del montaje. 


Zhang (Chang Chen) es un sastre joven de mano prodigiosa, que se inicia en su oficio y en las artes amatorias con la fatal Miss Hua (Gong Li en su máximo explendor). Habrá también una mano de Miss Hua que va a agarrar el deseo de Zhang por el hueco menos esperado. A partir de entonces su pasión erótica va a intentar canalizarla en los vestidos que para ella diseñe. Trabajar sobre la silueta ausente de Hua, en la tela destinada a rozar la piel de ella, es una forma de acariciarla. Zhang toca el cuerpo de ella cuando le toma las medidas para hacerle los vestidos y después, cuando está solo, prolonga su tacto en el dibujo de los modelos, la elección de las texturas, el corte exacto de cada retazo. 


Este juego de manos, la sustitución del cuerpo ausente por el vestido, es el principio que metaforiza la forma cinematográfica que practica el propio Wong con el cine. El montaje deviene en un acto erótico. Movimientos de cámara, diseños visuales, cambios de cadencia, planos detalles, ritmos y rimas visuales no hablan del erotismo sino que hacen cine. Habrá un encuentro tardío con su coreografía de manos, de una emoción, sensualidad y tristeza terminales. En esos minutos se condensa una fe en la capacidad del cine para producir experiencias insustituibles. La historia que cuenta parece la letra de un tango triste, si el tango asumiera sin inhibiciones su fervor más erótico. Pero La mano es cine: encuadre, foco, movimiento, corte, fuera de campo. La palabra off-scena encuentra aquí su realización más precisa. 




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