por Guillermo Colantonio
1- Empecemos por el final. La foto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y toda la delegación argentina no muestra un simple acto protocolar, no se agota en una pura formalidad. Es más bien el broche de oro, la representación de un cúmulo de sensaciones positivas que esta selección nos dejó y que se vio reflejado en la mayoría de las opiniones sobre el mundial que hizo la Argentina. Separemos a los panqueques de siempre, a los Grondona, a los que sistemáticamente critican un proceso solo por nombres propios, a los renegados de turno que creen que el carácter popular del fútbol atenta contra las “nobles ideas académicas”; quedémonos por un instante en la esperanza de que un nuevo proyecto se mantenga, con seriedad y trabajo, con el anhelo de que Sabella pueda seguir en la selección, que las inferiores vuelvan a recuperar prestigio. En este sentido, será interesante ver cómo sigue la historia. Hay dos copas América que representan una muy buena chance para consolidar todo lo bueno que tuvo el equipo en el mundial. Sin presiones políticas, sin deudas con nadie, esta selección llegó a la final y con eso ya hizo historia.
2- Me gusta pensar en Sabella como el tercer momento de la tríada dialéctica de Hegel, es decir, una forma de superación de tesis/antítesis alcanzada por la razón, una síntesis de extremos pasionales que en la Argentina inundan los comentarios futbolísticos como si de un potrero de pasiones ciegas se tratara. Por un lado, la idea del “juego lindo”, “vistoso”. Los acérrimos defensores de este concepto, tal vez cometan un error: considerar el fútbol como un fenómeno exclusivamente visual. Suelen caer en la ilusión de que aquello que los conmueve debe incluir necesariamente a los demás. Se destacan por su creatividad, puesto que de ellos surgen atractivas metáforas. Por el otro, el resultadismo más allá de todo o la variante de los técnicos a los que se los devoró el personaje por su pose de “locos tacticistas”. Me parece que la discusión va más allá de los nombres propios (Menotti y Bilardo) y que involucra a una larga serie de fanáticos que hacen cola para escandalizar.
En este sentido, Sabella, demostró estar a lo largo de este proceso por encima de esas diatribas. Su discurso coherente y moderado (ni conformista ni ingenuo) nunca entró en conflictos innecesarios con dirigentes, jugadores o hinchas. Jamás cedió a las presiones mediáticas ni al clamor irracional de los que ponen y sacan jugadores en dos minutos. Fue inteligente. Su principal mérito consistió en hallar un equilibrio entre sus ideas futbolísticas y las inevitables presiones de Messi (¿alguna vez contará Basile por qué se fue?). No parece haber duda de que se le armó un equipo al mejor jugador del mundo y la estrategia funcionó. Con el tiempo, quizá comencemos a entender que, además de las buenas intenciones, hay que sumar trabajo, honestidad y responsabilidad, que es lo que consolida el oficio del técnico como conductor de un grupo.
3- Sí, Argentina tuvo un técnico. La clave de su buena labor se demuestra revisando el transcurso del mundial. Supo cambiar a tiempo, corregir los errores y lógicamente tenerlos también. La selección estuvo favorecida por una ronda de clasificación accesible que le permitió probar sistemas de juego, encontrar puntos vulnerables y consolidar progresivamente al equipo. Planteemos por un momento la posibilidad de volver al pasado. ¿Qué hubiéramos opinado si alguna especie de oráculo griego nos anticipaba que Gago iba a sufrir un bajón futbolístico notable, que Agüero y Di María se lesionarían, que Messi e Higuaín tendrían algún inconveniente físico o que Rojo y Romero harían un muy buen campeonato? Seguramente no tardaríamos un segundo en guardarnos las expectativas. Sin embargo, Argentina, con todas esas dificultades llegó a la final, digna y merecidamente. Sabella tuvo mucho que ver con esto.
4- Argentina fue de menos a más. Parece una frase hecha pero cuadra bien. Los primeros partidos, más allá de los ansiosos derrotistas, no mostraron un equipo seguro en el retroceso y tampoco explosivo como se pretendía. Dos o tres reemplazos en los momentos justos cambiaron la situación en las fases finales y potenciaron rendimientos que venían flojos. Se encontró un equilibrio que permitió llegar a la final con Alemania. Argentina hizo un gran partido el domingo y tuvo las chances para ganarlo, pero tres mano a mano son demasiado para derrochar en esta instancia porque, entre otras cosas, agranda al rival y se cumple el famoso lema de “los goles que no se hacen en un arco, se los padece en el otro”. De todos modos, fue un gol y al final. Varios sostienen por ahí que Alemania no lo ganó, que lo perdió Argentina. Bueno, me suena a un injustificado consuelo de tontos. No se puede soslayar el hecho de que el equipo europeo fue el primero en salir campeón en tierras sudamericanas, que le hizo cuatro goles a Portugal, siete a Brasil y que dejó afuera a Francia. No es un dato menor para un plantel que sostuvo un proyecto parecido al que reclamamos aquí, con un técnico inteligente capaz de aprovechar el cansancio de nuestros jugadores. El ingreso de Götze fue acertado y la corrida de Schürrle extraordinaria, porque saca provecho de una situación inteligentemente. Los centrales argentinos, en el único error del partido, lo pierden al delantero porque creen (intuyo) que Mascherano o Zabaleta llegarían a cortar el centro. Todo esto refuerza aún más el mérito de Argentina.
5- Quedarán para el futuro otros análisis. Se seguirá hablando de esta selección, de lo que pudo ser y no fue, de Messi, etc. Yo elijo quedarme con tres imágenes: los jugadores y el técnico recibidos por la gente y por su presidenta, las arengas en los alargues y los ojos brillosos de Pachorra en la nota final luego del partido agradeciendo a “los muchachos”. Son como diría Pascal, “las razones del corazón”.
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