por Liliana Piñeiro
Sólida y helada, la gran escultura de la naturaleza está frente a mí. Casual, como si una gran ola hubiera sido sorprendida por el frío a mitad de camino.
Enmudezco de fascinación. Pasan las nubes, y el movimiento del cielo crea variaciones de color sobre la superficie brillante. Por las grietas profundas advierto que el fondo es azul. A intervalos, siglos y siglos rugen en su interior, que sigue vivo.
Y de repente, un bloque se desploma con estruendo, y esparce miles de partículas de hielo sobre el agua.
La inmensidad también es frágil – pienso. En ese momento, algo parecido al temor me invade.
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