viernes, 15 de enero de 2021

El asalto al Capitolio, Antifa, la nieve de plástico y la Cámpora

Circo Beat: sapos y culebras en el circo vi




Kevin Greeson, partidario de Trump que murió de un ataque al corazón en el asalto al Capitolio del 6/1/2021, después de electrocutarse las bolas con una taser que él mismo disparó accidentalmente.

Lo que vimos la semana pasada en el Capitolio es el resultado de años de preparación sistemática, fruto de un experimento social a cielo abierto. Parte de las hordas enardecidas eran sesentones llamados "Boomerwaffen", actores sociales de reparto, comparables a nuestros cacerolos: espectadores con la conciencia colonizada por la escucha de charlatanes de radio y canales de cable de ultraderecha, equivalentes a nuestro Baby Etchecopar, tipos que sintieron que Trump venía a poner las cosas en su lugar y se sintieron finalmente convocados a salvar a América ante el avance del comunista Biden.

Richard Barnett, uno de los Boomerwaffen asaltantes del Capitolio, 
sentado en el escritorio de Nancy Pelosi.

Clint Eastwood dirigiendo a Paul Hauser en su última película, Richard Jewell, la exaltación 
del noble vigilante al que el gobierno Demócrata investiga injustamente.

"Make America Great Again" es la consigna paradójica que dejó al desnudo la estupidez norteamericana, el resultado de años de comer comida chatarra, de informarse por medios chatarra, de escuchar a predicadores chatarra, de irritarse ante la dificultad por acceder a la verdad, inclinados a demonizar a un inferior que "se queda con lo nuestro": "inmigrantes ilegales, negros, vagos, delincuentes... ¡comunistas!". Sujetados a la imposibilidad de percibir los factores que explican su malestar estructural.


Los Boomerwaffen son tipos agobiados por sus frustraciones, resentidos por una vida opaca, encandilados por el brillo de la tintura dorada del payaso que saltó de la tele a la Casa Blanca. El "Make America Great Again" hizo involuntariamente visible para el mundo que la supremacía civil norteamericana era una mentira burda: son brutales, manipulables, formateados por una mitología hollywoodense que tapa sus miserias. Avatares devaluados del cowboy, palurdos a los que Clint Eastwood viene lisonjeando en sus películas de los últimos 30 años. Arrogantes y resentidos, carentes de perspectiva histórica, machistas y xenófobos. Fueron convencidos de que Antifa es una organización maligna que está detrás de la debacle de su Nazión, así como nuestros cacerolos creen que la Cámpora les caga la vida. Como toda subjetividad reactiva, son paranoicos y reniegan de la fragilidad de la contingencia y la dificultad de la verdad. En Argentina atravesamos hace poco un experimento a escala menor de la misma degradación posverídica, la desertificación del mundo que obsesionaba a Nietzsche. Los Últimos Hombres de Zaratustra. 

Lo único que este capitalismo derrama es su mierda mental. En España, la ultraderecha les hace pensar que la nieve que este invierno los tapa es plástico, así como acá tenemos que estar convenciendo a nuestros vecinos de que las vacunas no tienen chips para que el gobierno comunista les controle el pensamiento y les rogamos que no tomen lavandina para curarse del coronavirus. En USA, Antifa los acosa en sus pesadillas. El espectáculo del Capitolio es la versión superproducida de nuestros cacerolazos, la toma del Palacio de Invierno en clave neofascista. No sabemos si en Argentina esa farsa es lo que hemos dejado atrás o lo que nos espera. Pato, el que trabaja en una carnicería, tendría que admitir ahora que el capitalismo nos resultó complicado y no habrá paz aunque nos demos por vencidos. No queda otra que peleárselas. 

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